Una esposa maltratada por su esposo y sus propios hijos durante cuarenta y tres años. Una noche, el esposo de Doña Dolores le echó una copa de vino en la cabeza mientras su nuera y su nieta reían, un eco cruel que heló la sangre de todos los presentes…

Dolores lo miró con los ojos abiertos y las manos apretadas en el regazo.
“¿Investigación?” ¿Por qué?

Rosales abrió la carpeta. Había fotografías, estados de cuenta y documentos.
Ricardo Hernández está involucrado en un fraude financiero a gran escala. Cuentas en el extranjero, empresas fantasma, contratos falsificados. Estamos hablando de decenas de millones de dólares.

A Dolores se le encogió el pecho.
“¿Decenas de millones…?” Las palabras le resultaron irreales.

El agente Carrillo, el más joven, se inclinó hacia ella.
Creemos que también tiene vínculos con grupos del crimen organizado en la Ciudad de México. Por eso vinimos directamente. Él está en riesgo… y tú también.

Dolores sintió que el suelo se movía. Siempre había creído que lo peor de Ricardo era su crueldad: la burla, la humillación frente a su familia. Pero esto… era criminal, era peligroso.

—¿Qué necesitas de mí? —preguntó finalmente, con voz más firme de lo esperado.

Rosales le pasó una libreta.
«Todo lo que recuerdo. Cualquier detalle, por pequeño que parezca. Podría salvar vidas, incluida la tuya.»

Esa mañana, con tres agentes escuchándola, doña Dolores rompió el silencio de cuarenta y tres años.

Rosales dejó una carpeta sobre la mesa. Su voz era serena, pero cada palabra pesaba como plomo.

Señora Hernández, su esposo ha estado bajo investigación durante años. Esta noche todo se ha intensificado y necesitamos su cooperación.

Dolores apretó las manos en su regazo. “¿Investigación?” ¿Por qué?

El agente abrió la carpeta. Dentro había fotos, declaraciones y documentos.
Ricardo Hernández ha estado involucrado en fraudes financieros a gran escala: cuentas en paraísos fiscales, empresas fantasma y contratos falsos. Estamos hablando de decenas de millones de pesos.

Dolores sintió que se le escapaba el aire. “¿Decenas de millones?”, susurró con incredulidad.

El agente Carrillo, más joven, se inclinó hacia ella.
Creemos que también tiene vínculos con grupos criminales en la Ciudad de México. Por eso vinimos directamente. Está en peligro… y tú también.

El mundo de Dolores estaba dando un vuelco. Había soportado burlas, insultos, humillaciones. Pensé que eso era lo peor que le había pasado a Ricardo. Pero ahora comprendía que lo más oscuro seguía oculto.

—¿Qué necesitas de mí? —preguntó con voz más firme de lo esperado.

Rosales le pasó una libreta.
«Todo lo que recuerdo. Cualquier detalle. Puede salvar vidas, incluida la tuya.»

Esa noche, Dolores rompió cuarenta y tres años de silencio. Anotó nombres, fechas, llamadas sospechosas, viajes repentinos. Los agentes escucharon, tomaron notas, compararon datos. Al amanecer en las tranquilas calles de Guadalajara, Rosales cerró la carpeta con gesto serio.

Nos ha dado más de lo que esperábamos. Actuaremos con rapidez. Pero ella debe estar preparada: cuando lo arrestemos, su mundo se derrumbará. Podría perder su casa, sus facturas, su vida social.

Dolores rió con amargura.
«Agente, perdí eso hace años. Mi hogar dejó de ser mío hace mucho. Mi matrimonio terminó la noche en que me echaron vino encima… quizás antes.»

Rosales asintió respetuosamente.
«Entonces, quizá esta sea tu oportunidad de empezar de nuevo.»

Esa misma mañana, Ricardo llegó a casa. Entró hecho una furia, con la corbata suelta y el rostro pálido.
“¿Dónde estabas?”. ¿Por qué dejaste la cena? ¿Sabes lo ridículo que me hiciste quedar?

Dolores lo miró desde la cocina, serena.
“¿Ridículo?” Después de lo que me hiciste…

 

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