Eran las 7:00 a.m. en la mansión de Rodrigo Mendoza, un empresario millonario conocido por su carácter exigente y su trato altivo hacia el personal doméstico.
Ese día, esperaba a su nueva cocinera, recomendada por una agencia discreta que no dio muchos detalles —solo que “era excepcional”.
Cuando la mujer llegó, el mayordomo anunció: