—¡Por favor, sálvenla! El dinero no importa, pagaré lo que sea necesario.
Pero la respuesta fue siempre la misma: una fría negativa. En el mundo de la medicina, hay batallas que ni la riqueza puede comprar.
En medio de la desesperación, una voz suave pero firme se escuchó:
—Yo tomo este caso.
Todos voltearon. Era una doctora joven de origen asiático, de figura menuda con la bata blanca aún impecable. En su gafete se leía: Dra. Lan Nguyen.
Don Fernando, sorprendido, preguntó:
—¿Quién es usted?
—Vengo de Vietnam. Estoy en un programa de intercambio e investigación en neurocirugía aquí en México. Sé que es un caso extremadamente peligroso, pero creo que debo intentarlo.
Los demás médicos se miraron con asombro, algunos murmuraban:
—Está loca… no es momento de arriesgarse.
Pero en sus ojos brillaba una convicción inquebrantable. Miró a Don Fernando directamente:
—Yo también soy hija de un padre. No puedo dejar a la suya morir sin luchar.