La noche en Ciudad de México estaba gris y los vientos de invierno azotaban con fuerza las ventanas del hospital central. En la sala de urgencias de uno de los centros médicos más prestigiosos, la tensión se podía cortar con un cuchillo. Había llegado un caso especial: la paciente era Isabella, la única hija del magnate inmobiliario Don Fernando García.

Isabella tenía apenas 25 años, hermosa y talentosa, pero un accidente automovilístico grave la había dejado al borde de la muerte. Traumatismo craneal, órganos internos severamente dañados. Los médicos más reconocidos del hospital, famosos por su pericia, movieron la cabeza con resignación.
—Demasiado arriesgado… La probabilidad de que muera en la mesa es del 90%.
—No podemos aceptar esta cirugía.
Aquellas palabras atravesaron el corazón de Don Fernando como cuchillos. El hombre que estaba acostumbrado a dar órdenes a cientos de empleados, que había cerrado negocios multimillonarios, ahora se encontraba impotente, mirando a su hija debatirse entre la vida y la muerte. Temblando, suplicó a cada médico: