Etapa 1. La frase tras la cual Alina dejó de ser una “esposa conveniente”
Dos días después, una llamada. Víctor.
—¿Y qué te pasa? —preguntó la voz cansada, sin alegría—. ¿Diste a luz?
—Sí —Alina apretó el teléfono contra su hombro, mirando los tres paquetitos de pañales en sus cajas transparentes—. Vitya… lo logramos. Están sanos y salvos…
“¿Cuánto?” interrumpió.
– Tres. Tal como dijimos.
Hubo una pausa en el otro extremo.
—De acuerdo —dijo secamente—. Me pasaré hoy.
Apareció por la noche, cuando los pasillos de la maternidad estaban impregnados de olor a lejía y crema para bebés. Entró con paso seguro, con una chaqueta cara y una bolsa de fruta en la mano, como si hubiera venido a registrarse.
—Vaya, qué madre tan heroica —dijo con una sonrisa tensa, dejando la bolsa en la mesita de noche—. Toda una prole.
Alina esperaba otras palabras. Cualquier cosa. «Gracias», «Me alegro», «Qué pequeños son»… Pero Víctor se acercó a la ventana, se detuvo y pronunció lentamente una frase que la destrozó por dentro:
– Neguémonos, demos al menos uno a un orfanato.
Lo dijo con tanta naturalidad que parecía como si estuviera hablando de la cancelación de manzanas caducadas de un almacén.
Alina contuvo el aliento.
— ¿Q… qué?
Se dio la vuelta, irritado:
“Creo que es razonable. ¿Te das cuenta de en qué te has metido?”
“¿ En qué te has metido? “, resonó en mi cabeza. “Estos son… nuestros hijos, Vitya”.
—No empieces —dijo, agitando la mano—. Tengo tiendas, préstamos, impuestos. Los trillizos no son un juguete. Son gastos. Unos gastos colosales. ¿Sabes cuánto cuesta una buena carriola? ¿Y tres? ¿Y ropa, comida, médicos, guardería, colegio?…
Caminó por la sala, contando con los dedos, como si realmente estuviera calculando el costo de cada niño.
“No podemos con ello”, concluyó. “Uno, dos como mucho. El resto…”
—¡¿El resto ?! —Las manos de Alina empezaron a temblar—. ¿Entiendes lo que dices? ¡Estos no son sacos de patatas, Víctor! Son… son… —sollozó, mirando hacia las cajas—. Son mías.
—Tuyo —aceptó con dureza—. Así que decide. Te lo digo con sinceridad: no voy a arrastrar a tres personas.
-¿Qué pasa si no me niego?
Se detuvo. Su mirada se volvió pesada y fría.
“Entonces averígualo tú mismo”, dijo secamente. “No me apunté para alimentar a todo un orfanato”.
Continúa en la página siguiente