Empezó como cualquier otra mañana tranquila. Salí con mi regadera, lista para cuidar las flores y comprobar si los gatos habían hecho un desastre durante la noche. Pero en cuanto abrí la puerta, un olor nauseabundo me golpeó tan fuerte que casi se me cae la regadera. El aire se sentía denso, metálico, agrio y extrañamente pesado.
Me detuve, intentando averiguar de dónde venía el olor. Entonces lo vi.
Cerca del macizo de flores, medio escondido entre la tierra húmeda, había algo distinto a todo lo que había visto antes.
Era viscoso, rojo y brillante , como si alguien le hubiera dado la vuelta a una criatura. Un hedor nauseabundo a descomposición se elevaba de él, penetrante y abrumador, como carne podrida expuesta al sol demasiado tiempo. Mi primer pensamiento fue que algún animal pequeño había muerto allí. Pero al mirar más de cerca, vi que se movía ligeramente, estremeciéndose con la brisa.
Por un momento, me quedé paralizado. Mi corazón se aceleró. ¿Qué clase de cosa podría ser esto?
¿Era una larva de insecto? ¿Un trozo de carne en descomposición? ¿O peor aún, algo antinatural, algo de otro mundo?
La imaginación se descontrola cuando el miedo se apodera de nosotros.
Buscando una respuesta
No me atreví a tocarlo, pero la curiosidad superó al asco. Contuve la respiración, me agaché y tomé una foto con el teléfono. El olor era insoportable; tuve que apartarme antes de que se me revolviera el estómago.
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