La mañana del jueves 14 de septiembre de 1978 en San Juan de los Lagos, Jalisco, comenzó como tantas otras. El cielo lechoso, el calor apenas despertando y un silencio denso que solo rompía el zumbido distante de un ventilador malogrado. A las 7:15, Ramón Herrera Hernández, mecánico de 36 años, hombre reservado y meticuloso, cerró con candado oxidado el portón de su pequeño taller en la colonia El Rosario.
vestía su camisa azul deslavada con manchas de aceite, la misma que llevaba desde hacía semanas, y cargaba una lonchera de lámina rallada con restos de pintura roja. Dijo a su vecino, sin mucha intención de charla, que haría un encargo urgente en Lagos de Moreno y volvería al anochecer. Fue la última vez que alguien lo vio con vida.