En nuestro aniversario, vi a mi esposo echar algo en mi copa. La cambié por la de su hermana…

Se ve claramente como Miguel añade algo a tu copa. ¿Viste la grabación? ¿Cómo? Tengo contactos en el restaurante. Pedí el video con la excusa de que quería comprobar si algún camarero había cogido unos gemelos que supuestamente perdí esa noche. Me la dieron y vi. ¿Y qué se ve exactamente? Miguel añade algo a tu copa cuando tú te levantas al baño.

Luego vuelves, te sientas y poco después cambias las copas. La tuya y la de Lucía. Me quedé inmóvil. ¿Lo viste? ¿Y no se lo diste a la policía? No. Hice una copia, pero no la entregué todavía. Quería hablar contigo primero. ¿Por qué? Porque quería entender qué había pasado. ¿Por qué cambiaste las copas? ¿Sabías que Miguel había echado algo? Asentí. Sí, lo vi.

Estaba junto a una columna y lo vi claramente. No sabía qué hacer. Entré en pánico y decidí cambiar las copas. No quería dañar a Lucía, lo juro. Solo quería protegerme. Mi suegro me miró largo rato, luego asintió despacio. Te creo. Y creo que la policía también te creerá, especialmente cuando vean el video. Pero pueden acusarme de intentar envenenar a Lucía.

Sabía que en la copa había algo y aún así la cambié. Fue defensa propia. Elena, no sabías lo que había en esa copa. Solo reaccionaste ante una amenaza. Cualquiera habría hecho lo mismo. No estaba del todo segura de que fuera tan simple, pero asentí. ¿Y ahora qué? ¿Debo ir a la policía? Sí, dijo con decisión. Cuanto antes mejor.

Miguel no va a dejar de buscarte y cuando te encuentre no sé de lo que es capaz. Está desesperado y la gente desesperada hace cosas terribles. Recogí los documentos y los metí de nuevo en la carpeta. Gracias por todo. Él sonrió con tristeza. No me des las gracias.

Solo estoy haciendo lo correcto, aunque me duela ver en qué se ha convertido mi hijo. Salimos de la biblioteca juntos, pero por diferentes salidas. Me dio el contacto del abogado y me insistió una vez más en que fuera a la policía cuanto antes. Le prometí que lo haría. De camino a casa de Pilar intentaba ordenar mis pensamientos.

Lo que acababa de descubrir era demasiado, demasiado doloroso. Mi marido, el padre de mi hija, el hombre con el que compartí 20 años de mi vida, quería matarme por dinero, por otra mujer, por empezar una nueva vida sin mí. Pilar abrió la puerta apenas toqué el timbre. Con solo ver mi cara, supo que las noticias no eran buenas. ¿Qué pasó? ¿Qué te dijo tu suegro? Entré al salón.

Me senté en el sofá y le conté todo lo que había averiguado. Pilar escuchó sin interrumpir, asintiendo o negando con la cabeza de vez en cuando. Dios mío, Elena dijo cuando terminé. Es es terrible. No puedo creer que Miguel sea capaz de algo así. Yo tampoco lo creía, pero los documentos, las fotos, lo que dijo su padre, todo encaja. ¿Y qué vas a hacer ahora? lo que me recomendó mi suegro.

Iré a la policía, contaré todo, mostraré los documentos y veremos qué pasa. Y Carmen, ¿se lo vas a contar? Me quedé en silencio. Carmen adoraba a su padre. Siempre había sido la niña de papá. ¿Cómo le diría que su padre quiso matar a su madre? ¿Qué la usó? ¿Que la manipuló para que firmara un poder legal? No lo sé, respondí con sinceridad. Aún no.

Primero quiero hablar con la policía, entregar los papeles, asegurarme de que ella esté protegida. Luego luego hablaremos. ¿Cuándo irás a la comisaría? Mañana por la mañana. Mi suegro me dijo que hay un investigador en quien se puede confiar. El capitán García. Tengo que preguntar por él. Perfecto, asintió Pilar. Iré contigo.

Y no me discutas, añadió al ver que iba a protestar. No tienes por qué estar sola en esto. Le apreté la mano con gratitud. Gracias. No sé qué haría sin ti. Nos fuimos a dormir temprano, pero yo otra vez no podía conciliar el sueño. Los pensamientos no dejaban de dar vueltas en mi cabeza.

Recordaba mi matrimonio con Miguel, los buenos momentos, los días felices. Buscaba en mi memoria señales, pistas de que él había cambiado, de que se estaba volviendo capaz de una traición así, pero no encontraba nada. o tal vez no quería verlo. Por la mañana desayunamos, nos preparamos y salimos rumbo a la comisaría. Llevaba la carpeta con los documentos que me había dado mi suegro.

Estábamos justo por salir cuando sonó mi teléfono. En la pantalla aparecía el nombre de Carmen. Es mi hija le dije a Pilar. Tengo que contestar. Pilar asintió y se apartó para dejarme hablar en privado. “Hola, cariño”, dije intentando sonar tranquila. “¿Cómo estás, mamá?” Su voz sonaba tensa, asustaba. “Mamá, ¿dónde estás?” “Estoy con una amiga, te lo dije.

¿Qué pasa?” “Mamá, tienes que venir ya.” La tía Lucía despertó. está consciente y está hablando. Está diciendo cosas raras sobre ti, sobre papá. Sentí como el corazón se me detenía por un instante. ¿Qué está diciendo? Dice que te vio cambiar las copas, que intentaste envenenarla, pero también dice cosas raras sobre papá, como si él quisiera. Mamá, ¿qué está pasando? La policía ya está aquí.

Están tomando su declaración. Preguntaron por ti. Mamá, por favor, ven. Miré a Pilar, que se giró al notar el cambio en mi voz. Carmen, escúchame con atención. No le digas a nadie dónde estoy, ni a la policía ni a tu padre. Voy a ir, pero antes tengo que hacer algo importante. Y por favor, ten cuidado. No te quedes a solas con tu padre.

¿Qué? Mamá, me estás asustando. ¿Por qué debería tenerle miedo a papá? Solo haz lo que te digo. Confía en mí. Te lo explicaré todo cuando llegue, pero ahora necesito que estés segura. Corté la llamada y miré a Pilar. Lucía ha despertado. Me vio cambiar las copas y se lo dijo a la policía. Murmuró Pilar. Eso lo cambia todo.

Ahora tienen a un testigo. Estás en peligro, Elena. No solo yo, dije con la voz temblorosa. Carmen también. Si Miguel se entera de que Lucía ha contado la verdad, si se da cuenta de que sus planes fueron descubiertos, está desesperado y un hombre desesperado puede hacer cualquier cosa. Entonces, hay que actuar ya, dijo Pilar con decisión. Vamos directo a la policía.

Buscamos al tal García, les mostramos los documentos, les contamos todo. Tienen que protegerte a ti y a Carmen. Asentí tratando de mantener la calma. Sí, tienes razón. No hay otra opción. Salimos de casa y subimos al coche de Pilar. Yo estaba demasiado alterada como para conducir.

Durante el camino a la comisaría intenté llamar a mi suegro, pero no contestaba. Quizá también estaba en el hospital junto a la cama de su hija. Oh, peor aún, Miguel ya había descubierto su traición. La comisaría nos recibió con su habitual bullicio. El agente de guardia, tras el mostrador, nos miró con una mezcla de cansancio y desgana.

Leave a Comment