Su familiar, Lucía Martínez, ingresó con signos de envenenamiento. Los médicos creen que no fue una intoxicación alimentaria accidental, sino intencional. encontraron rastros de una sustancia potente en su sangre. Me dejé caer en el sillón, sintiendo que el suelo se abría bajo mis pies. Es terrible.
Pero, ¿por qué ha venido a verme a mí? Estamos entrevistando a todos los que estaban en la mesa del restaurante. Su marido nos dijo que usted regresó a casa. Necesito hacerle unas preguntas. Asentí tratando de mantener la calma. Claro, pregunte lo que necesite. ¿Notó algo extraño en el comportamiento de alguien en la mesa? Tragué saliva. Decirlo o no. Contar que vi a Miguel echar algo en mi copa.
Pero entonces tendría que explicar por Lucía fue quien terminó envenenada. No, nada fuera de lo normal. Mentí. Todo transcurrió con normalidad. Estábamos cenando, conversando. Luego de repente Lucía se sintió mal. Notó si alguien se acercó a su copa, ¿algún camarero o alguno de los comensales? Negué con la cabeza. No, no vi nada. Usted misma se ausentó de la mesa.
Solo fui al baño unos 10 minutos. El oficial anotó algo en su libreta. ¿Quién más se ausentó? Pensé un momento. Miguel se levantó un par de veces para atender llamadas. Mi suegra, no estoy segura, creo que también fue al baño. Mi suegro estuvo sentado todo el tiempo. Al menos eso recuerdo. Y Lucía salió una vez, pero no recuerdo cuándo exactamente. El oficial asintió.
Entiendo. Una última pregunta. ¿Sabes si alguien tenía motivos para hacerle daño a Lucía? Casi me reí. Yo tenía motivos. Muchos. 20 años de motivos. 20 años de humillaciones. Comentarios maliciosos, desprecio constante. No respondí. Que yo sepa, todos se llevaban bien con ella. Lucía es una persona encantadora.
La mentira salió fácil, demasiado fácil. Bien, el oficial cerró la libreta. Si recuerda algo más que pueda ser útil, por favor llámeme. Me entregó una tarjeta. Lo acompañé hasta la puerta y luego volví al salón dejándome caer en el sillón. La policía. Una investigación. Esto se estaba poniendo demasiado serio.
¿Y si alguien vio cuando cambié las copas? ¿Y si encuentran huellas? ¿Y si Lucía muere? No, no podía pensar en eso. No va a morir. No puede morir. Sería demasiado, demasiado horrible. Miré el teléfono dudando si llamara Miguel. Pero, ¿qué le diría? ¿Y qué me diría él? Si de verdad intentó envenenarme, hablar con él solo me pondría en más peligro.
Subí a nuestra habitación y empecé a hacer la maleta con calma. Un par de mudas de ropa, documentos, algo de efectivo que tenía guardado por si acaso. No podía quedarme en esa casa. No podía esperar a que Miguel volviera. Necesitaba tiempo para pensar, para decidir qué hacer. Con la maleta lista, bajé, tomé las llaves de mi coche y salí de la casa.
En ese momento, el teléfono sonó de nuevo dentro de mi bolso. Lo saqué esperando ver el nombre de Miguel en la pantalla, pero era Antonio, mi suegro. Sí, Antonio. Intenté sonar tranquila. Elena, su voz era baja y tensa. ¿Estás sola en casa? Sí. Miguel está en el hospital con Lucía. Lo sé. Escúchame bien. No te quedes ahí.
Salmo. Me quedé paralizada. ¿Qué? ¿Por qué? No puedo hablar por teléfono. Solo confía en mí. Tienes que irte y ten mucho cuidado. Puede que te estén vigilando. ¿Quién? Antonio. ¿Qué está pasando? Hablaremos más tarde. Por ahora, solo vete y no le digas a nadie a dónde vas.
Ni siquiera a mí, colgó, dejándome en un estado de total confusión. ¿Qué fue eso? Una advertencia de quién y por qué de repente mi suegro quería protegerme, pero no tenía tiempo para pensar. Subí al coche y salí del garaje. ¿A dónde ir? No tenía muchas opciones. Ya casi no me quedaban amigas en las que pudiera confiar de verdad.
Con los años, al vivir con Miguel, me fui alejando de casi todas. Su familia, sus amigos, su mundo, todo eso también se volvió el mío. Lucía se había encargado de que mis antiguas amistades se esfumaran. No son de nuestro nivel, querida”, decía con su falso tono amable. Y Miguel siempre le daba la razón. Solo había una persona a la que podía acudir, Pilar, una vieja amiga de la universidad.
Seguíamos en contacto, aunque rara vez nos veíamos. Vivía en las afueras, en una casita que heredó de su abuela. La última vez que nos vimos fue hace un año para su cumpleaños. Miguel estaba de viaje de negocios y no pudo acompañarme o tal vez no quiso. Marqué su número rezando para que contestara a pesar de la hora. Hola. Su voz sonaba adormilada. Pilar, soy yo, Elena.
Perdona que llame tan tarde, pero necesito tu ayuda. ¿Puedo ir a tu casa ahora mismo? Se despertó de inmediato. Claro que sí. ¿Qué ha pasado? Te lo explicaré cuando llegue. Es que no tengo a dónde más ir. Den, aquí te espero. Colgué la llamada y miré por el retrovisor. Alguien me seguía. Antonio dijo que podrían estar vigilándome.
¿Quiénes serán ellos? Miguel, la policía, otra persona. Al llegar a la carretera principal, decidí extremar precauciones. Cambié varias veces de ruta. Di vuelta sin rumbo. Paré en gasolineras para observar si alguien me seguía, pero todo estaba tranquilo. Nadie iba detrás de mí. Una hora y media después llegué a casa de Pilar en Torrelodones. Ella me esperaba en la puerta envuelta en una bata.