En nuestro aniversario, vi a mi esposo echar algo en mi copa. La cambié por la de su hermana…

Elena, ¿qué está pasando?, preguntó apenas salí del coche. ¿Estás bien? Negué con la cabeza. No, no, estoy bien. ¿Podemos entrar? Te lo explico todo adentro. Entramos en la casa. Pilar me llevó a la cocina y puso agua a hervir. “Habla”, dijo sentándose frente a mí. Y le conté todo desde el principio.

Cómo vi a Miguel echar algo en mi copa, cómo decidí cambiarla, como Lucía se desplomó, la visita del policía, la extraña llamada de mi suegro. Pilar me escuchó en silencio. Sus ojos se abrían más y más a medida que avanzaba el relato. “Dios mío, Elena”, susurró cuando terminé. Es una pesadilla.

¿De verdad crees que Miguel intentó envenenarte? No sé qué pensar, contesté sinceramente. Vi con mis propios ojos como echaba algo en mi copa. Eso es un hecho. ¿Pero por qué? ¿Para qué? Llevamos 20 años juntos. Tenemos una hija. Sí, nos hemos distanciado últimamente, pero de ahí a algo así no me entra en la cabeza. ¿Y tu suegro? ¿Por qué te advirtió? No lo sé.

Siempre me trató mejor que el resto de su familia, pero una advertencia así. Tal vez sabe algo. Tal vez está al tanto de los planes de Miguel. Pilar dio vueltas a su taza de té pensativa. Y el seguro, ¿tenéis seguro de vida? Asentí. Sí, los dos. Sumas bastante altas. Lo contratamos hace unos años por insistencia de Miguel. Dijo que era algo normal en nuestro nivel económico. ¿Y quién es el beneficiario del tuyo? Miguel.

Claro. Guilló del suyo. Pilar alzó las cejas con intención. Ahí tienes un posible motivo. Pero es absurdo. Miguel no necesita dinero. Su negocio va bien. Gana mucho más de lo que valdría mi seguro. ¿Estás segura de eso? ¿Conoces realmente su situación financiera? Me quedé pensando.

En los últimos años Miguel no compartía muchos detalles de su empresa conmigo. Sabía que tenía una cadena de restaurantes y clubes nocturnos, algunos proyectos de inversión, pero cifras concretas no no las conocía. No estoy segura, admití. Pero nunca se quejó de problemas de dinero. Vivimos en una casa lujosa. Tenemos dos coches. Vacaciones en el extranjero al menos dos veces al año. No parece alguien desesperado por dinero.

No, no lo parece, coincidió Pilar. Pero tú misma dijiste que últimamente ha cambiado. Quizás su negocio no está tan bien como aparenta. Recordé que hace unos meses Miguel estaba inusualmente tenso e irritable. recibió una llamada durante la cena, se disculpó y salió del comedor.

Cuando regresó, estaba pálido y claramente alterado. Le pregunté si todo iba bien y se limitó a responder. Problemas con uno de los proyectos. Nada grave. Pero esa noche bebió mucho más de lo normal y luego lo escuché hablando por teléfono encerrado en su despacho hasta muy tarde. Es posible, dije. Pero aún así, de tener problemas financieros a intentar matar a alguien, hay un abismo.

Y si se enamoró de otra, sugirió Pilar. Y si quiere divorciarse, pero no quiere repartir los bienes. Esa idea ya me había pasado por la cabeza. Había notado como Miguel se animaba al recibir ciertos mensajes en el móvil. Como creyendo que yo no lo veía, sonreía mirando la pantalla. Como cada vez se quedaba más en cenas de negocios. Si fuera así, el divorcio sería más fácil que un asesinato.

Le respondí. Tenemos un acuerdo prenupsial. En caso de divorcio, yo recibiría una cantidad establecida, pero la mayoría de los bienes seguirían siendo de él. Y si no quiere pagarte ni eso o si el contrato tiene alguna cláusula sobre infidelidad. La tiene, admití. Si se prueba que fui infiel, no recibo nada. Si es el quien es infiel, me corresponde la mitad de todo.

Entonces ahí tienes otro motivo. Negué con la cabeza. Aún así, no lo puedo creer. 20 años, Pilar. 20 años juntos. De verdad pudo cambiar tanto la gente cambia, Elena, sobre todo cuando hay mucho dinero en juego o una nueva amante. Nos quedamos en la cocina hasta el amanecer, repasando posibilidades, tratando de entender que podía estar pasando. Alrededor de las 6 de la mañana sonó mi móvil.

Miguel, no contestes, dijo Pilar enseguida. No sabes qué información tiene. Puede que la policía ya haya encontrado a alguien que te vio cambiando las copas. Le hice caso y dejé que el teléfono sonara hasta que se detuvo. Un minuto después llegó un mensaje. ¿Dónde estás? Llámame, es urgente. Pilar me quitó el teléfono y lo apagó.

Mejor estar fuera de radar por ahora. Primero tenemos que entender bien qué está pasando antes de hablar con él. Estuve de acuerdo, aunque una parte de mí deseaba escuchar su voz, preguntarle directamente, “¿Por qué? ¿Por qué lo hiciste?” Pero Pilar tenía razón, primero había que entender la situación. Decidimos que me quedaría con ella unos días. Pilar vivía sola.

Trabajaba desde casa como diseñadora de interiores, así que mi presencia no supondría ningún problema. Después del desayuno, que ninguna de las dos pudo terminar, me acosté en la habitación de invitados. El cansancio y el estrés me vencieron y caí en un sueño pesado e intranquilo. Me despertó Pilar sacudiéndome del hombro.

Elena, despierta. Hay noticias. Me incorporé en la cama, aún medio dormida. Afuera ya era de noche. ¿Qué hora es? Casi las 8 de la noche. Dormiste todo el día. Pero eso no importa. Enciende tu teléfono. Tomé el móvil que Pilar me tendía y lo encendí.

De inmediato comenzaron a llegar notificaciones de llamadas perdidas y mensajes. La mayoría eran de Miguel, algunos de Antonio, uno de Carmen. Abrí el mensaje de mi hija. Mamá, ¿dónde estás? Papá no logra comunicarse contigo. Dice que pasó algo con la tía Lucía. Llámame en cuanto puedas. Sentí un escalofrío. Pilar, ¿qué pasó con Lucía? No lo sé con certeza.

Encendí tu móvil hace una hora, vi todos esos mensajes y decidí buscar noticias y encontré esto. Me tendió su tablet con la página de un sitio de noticias local. El titular decía, hermana de conocido empresario en estado crítico tras envenenamiento. Empecé a leer el artículo.

Leave a Comment