Lo amenazaban, exigían el pago inmediato. Al principio planeó saldar la deuda con el dinero de su seguro de vida. Cuando eso falló, pasó al plan B, usar a Carmen como reen para obligarla a usted a firmar la sesión de sus bienes. Pero los acreedores eran impacientes, querían el dinero ya y decidieron actuar por su cuenta. ¿Qué quiere decir? Lo miré tratando de entender.
Los hombres que tenían a Carmen no actuaban por órdenes de su esposo. Trabajaban para los acreedores. Secuestraron a Carmen no por instrucción de Miguel, sino para presionarlo. Iban a exigirle que pagara la deuda de inmediato bajo amenaza de hacerle daño a ella. Me quedé en Soc. Entonces, Miguel no ordenó que se llevaran a Carmen. No.
Por lo visto fue traicionado por sus propios socios. El tal Raúl, en quien confiaba para proteger a Carmen, en realidad trabajaba para los acreedores. Su tarea era vigilar a Miguel, informar sobre sus movimientos y cuando vio la oportunidad, se llevó a Carmen no para seguir el plan de su esposo, sino para chantajearlo. Entonces, Miguel no sabía dónde estaba Carmen.
Pensaba que seguía en el yate cuando en realidad en realidad la trajeron directamente a esa casa. El yate era solo una distracción. Intenté asimilarlo todo. Al final, Miguel había sido víctima de sus propios enredos. La gente con la que se había involucrado lo engañó. Pusaron a su hija en su contra. Qué ironía tan cruel.
¿Y qué pasará con los secuestradores? Con esa organización criminal. Estamos trabajando en ello. Tenemos testimonios. Tenemos pruebas, llegaremos hasta ellos. Es solo cuestión de tiempo. Mientras tanto, usted y Carmen tendrán protección. Por precaución. Asentí agradecida por su preocupación. Gracias por todo.
García esbozó una leve sonrisa. Solo cumplo con mi deber. Descanse. Ambas lo necesitan después de lo que han vivido. Se marchó dejándome a solas con mi hija. Observé su rostro tranquilo mientras dormía y pensé en todo lo que aún nos esperaba. La muerte de su padre, la traición, el derrumbe de todo en lo que ella creía.
No sería fácil para ninguna de las dos. Por la mañana, Carmen despertó. Estaba confundida. Miraba a su alrededor sin entender. Mamá, ¿qué pasa? ¿Por qué estoy en un hospital? Le tomé la mano con fuerza, preparándome para lo que venía. Cariño, ha pasado mucho. Te secuestraron, pero ya estás bien. Estás a salvo. Secuestrada.
¿Por quién? ¿Por qué? ¿Dónde está papá? ¿Sabe lo que me pasó? Respiré hondo. Había llegado el momento que más temía. Carmen, amor, tu padre ya no está. Ha muerto. Ella me miraba con los ojos muy abiertos, sin entender. ¿Qué? No, no puede ser verdad. Lo vi ayer. Me dijo que volvíamos a casa. Me dio una pastilla para el dolor de cabeza y me dormí. Y cuando desperté, estaba en la casa de Cuenca.
Lo sé, cariño. Tu padre estaba en una situación muy complicada. Tenía una deuda enorme con gente peligrosa y hizo muchas cosas malas. ¿Qué cosas? ¿De qué estás hablando? No sabía cuánto contarle en ese momento. Estaba lista para escuchar toda la verdad, que su padre intentó matarme, que la usó engañándola para que firmara un poder legal. Que estaba desesperado.
Carmen no veía salida y cuando la policía vino a arrestarlo, se quitó la vida. Carmen negó con la cabeza mientras las lágrimas empezaban a correr por sus mejillas. No, no lo creo. Papá no haría eso. No me dejaría. No nos dejaría. La abracé fuerte, sintiendo como su cuerpo temblaba con cadao. Lo siento tanto, mi amor.
Lo siento muchísimo. Lloró largo rato, incapaz de aceptar lo que había pasado. Yo la sostenía entre mis brazos como cuando era pequeña, acariciándole el cabello, susurrando palabras de consuelo que se sentían vacías, inútiles ante un dolor tan profundo. Finalmente, se separó un poco, secándose las lágrimas.
¿Y ahora qué? ¿Qué vamos a hacer? Vamos a vivir, le dije en voz baja. Día a día. Juntas saldremos adelante, Carmen. Te lo prometo. Ella asintió sin poder responder. En sus ojos vi mil preguntas, mil palabras no dichas. Pero ese no era el momento para explicaciones. Era el momento de silencio, de aceptación, de empezar a asumir la pérdida.
Carmen fue dada de alta por la tarde. No podíamos regresar a nuestra casa. La policía seguía investigando allí y los recuerdos eran demasiado pesados. Pilar nos ofreció quedarnos con ella y aceptamos. Los primeros días fueron los más duros. Carmen pasaba de lágrimas a un mutismo absoluto mirando al vacío. Apenas comía, dormía poco.
Yo me mantenía a su lado dándole todo mi apoyo, pero sabía que había cosas que debía procesar por sí sola. Al tercer día comenzó a hacer preguntas. ¿Por qué papá debía dinero? ¿A quién? ¿Por qué no pidió ayuda? ¿Qué pasó realmente esa noche en el restaurante? ¿Por qué envenenaron a la tía Lucía? Le respondí con sinceridad, pero sin entrar en detalles innecesarios.
Le conté que el negocio de su padre estaba en crisis, que se endeudó, que se involucró con gente peligrosa. Le dije que Lucía bebió por error algo que no era para ella, pero no le dije que ese algo era para mí, que su padre había planeado matarme. Ella no estaba lista para saberlo. Tal vez nunca lo estaría. Al quinto día llamó García.
me informó que el funeral de Miguel sería al día siguiente. Los familiares, incluido Antonio, se encargaban de la organización. Lucía seguía en el hospital, pero se recuperaba. Había testificado contra su hermano, confirmando que conocía sus planes hacia mí. ¿Vendrá al funeral?, preguntó García. No lo sé, respondí con sinceridad. No estoy segura de poder hacerlo ni de que sea lo correcto después de todo lo que pasó. Lo entiendo. Y Carmen quiere ir.
Necesita despedirse de su padre, fuera quien fuera. Nosotros nos encargaremos de la seguridad por si acaso. Gracias. A la mañana siguiente, Carmen y yo estábamos de pie frente al espejo en el recibidor de la casa de Pilar. Las dos vestidas de negro con los rostros pálidos y los ojos hinchados por el llanto. Al mirarla vi como había cambiado en solo unos días.
La joven despreocupada que era, se había transformado en una mujer que ya conocía la traición y la pérdida. ¿Estás segura de que quieres ir? Le pregunté. Ella asintió. Sí, tengo que hacerlo. A pesar de todo, era mi padre. Y lo quería. Lo sé, cariño. Yo también lo quise alguna vez.