¿Y qué pasará con Carmen mientras tanto? ¿Qué le harán? Mientras le sirva como reen, no le harán daño. Esperan instrucciones de su esposo. Instrucciones que nunca llegarán porque está muerto. Eso nos da una ventaja, tiempo o todo lo contrario. Dije con voz amarga. Cuando se den cuenta de que Miguel no responderá, pueden entrar en pánico, hacer algo impulsivo. Podrían deshacerse de ella.
García me miró con seriedad y compasión. Entiendo su miedo, pero estos hombres son profesionales, no actúan por impulso. Van a esperar. Y tenemos una carta que ellos desconocen. ¿Cuál? El teléfono de su esposo. Podemos usarlo para contactar a los secuestradores, hacernos pasar por él, organizar una entrega de dinero y cuando se presenten los atrapamos. Me quedé pensativa.
Sonaba arriesgado, pero era mejor que no hacer nada. Y cree que funcionará. ¿Qué no sospecharán? Seremos cuidadosos. Solo mensajes, nada de llamadas. Si han visto las noticias sobre su muerte, podemos decir que fue una táctica para despistar a la policía. Podría funcionar. Y si no funciona, si sospechan algo, entonces pondremos en marcha el plan B. Seguiremos buscándolos por otros medios.
Revisaremos todos los escondites conocidos, todos los contactos. Tarde o temprano los encontraremos. Tarde o temprano repetí en voz baja. ¿Y qué pasará con Carmen mientras tanto? García no respondió. No tenía una respuesta. Ambos sabíamos que el tiempo jugaba en contra. Cuanto más tiempo pasara Carmen en manos de esos hombres, menos probabilidades habría de encontrarla sana y salva.
Quiero participar en la operación”, dije con firmeza. Quiero saber cada paso, cada decisión, todo eso va contra el protocolo. Usted es una civil y es mi hija. Y si quiere que colabore, si quiere que les ayude en todo lo que pueda, entonces debe mantenerme informada. No es negociable. García me miró durante unos segundos, luego asintió.
De acuerdo, pero debe prometer que no se va a involucrar directamente. Nada de actuar por su cuenta, nada de contactar a los secuestradores sin que lo sepamos. ¿Está claro? Sí, lo prometo. En ese momento, alguien llamó a la puerta. Entró un joven oficial. Capitán, hay una llamada para usted. Dicen que es urgente.
García salió dejándome sola en el despacho. Me quedé mirando por la ventana a la ciudad al anochecer, las luces que se encendían, la gente que volvía a casa después del trabajo. Una vida normal, un atardecer cualquiera. Para todos, menos para mí. Para mí, este día se había convertido en una pesadilla sin salida. García regresó unos minutos después.
Su expresión lo decía todo. No eran buenas noticias. ¿Qué ha pasado? pregunté sintiendo como el miedo me apretaba el pecho. Recibimos información de algunos de nuestros informantes. Al parecer, su esposo tenía una deuda importante con ciertas personas, personas con las que es mejor no tener ningún trato y puede que esas personas estén involucradas en el secuestro de Carmen.
¿Qué clase de personas? una organización criminal dedicada al cobro de deudas y juegos de apuestas ilegales. Según nuestros datos, su marido les debía alrededor de 5 millones de euros, dinero que no tenía y se llevaron a Carmen como garantía hasta que él saldara la deuda. Es posible o puede ser parte de otro plan. Todavía estamos averiguando los detalles.
Me dejé caer en una silla sintiendo como me abandonaban las fuerzas. 5 millones. Yo no tengo esa cantidad ni cerca. No se trata de pagar un rescate, respondió García con rapidez. Nosotros no negociamos con criminales. Vamos a encontrar a su hija y la traeremos de vuelta sin acuerdos. Pero yo escuché la duda en su voz. Ni el mismo creía del todo en lo que decía.
Si Carmen estaba realmente en manos de una red criminal organizada, cada minuto que pasaba reducía las posibilidades de encontrarla sana y salva. ¿Qué puedo hacer? Pregunté con lágrimas que amenazaban con brotar. Dígame, ¿qué puedo hacer para recuperar a mi hija? García se sentó frente a mí. Su rostro se volvió serio, enfocado.
Ayúdenos a encontrar el punto se piense si su esposo tenía algún lugar especial, un sitio que fuera importante para él, tal vez algo relacionado con la letra C. Cerré los ojos buscando concentrarme. Un lugar con Cala Benirras, donde solíamos pasear. Cerro del Parque, ese rincón que Miguel arregló en el jardín trasero. Calderón, ¿a dónde solía llevarme con frecuencia? Y entonces lo recordé. Cuenca.
Solíamos ir allí de vacaciones. Teníamos una casita de verano. A Miguel le encantaba ese lugar. Decía que allí su alma descansaba. ¿Hace cuánto no van? Hace un par de años. Miguel decía que la casa necesitaba reformas, que no valía la pena invertir en una zona tan remota. Pensé que tal vez la había vendido, pero no estoy segura. ¿Recuerda la dirección? Sí.
Aldea Sierra de Cuenca, calle Pino número siete. Está a una hora de la ciudad más o menos. García tomó el teléfono y comenzó a dar órdenes. Lo escuché organizar la operación, pedir un equipo de intervención, solicitar información sobre la casa y sus alrededores y recé. Recé para que mi corazonada fuera correcta, para que Carmen estuviera allí, para que estuviera bien.
Cuando terminó la llamada, se volvió hacia mí. Salimos de inmediato. El equipo de intervención estará allí en una hora. Rodearán la propiedad, harán reconocimiento y si Carmen está dentro, la sacaremos. Usted se quedará aquí bajo protección. Yo la mantendré informada. No, dije con firmeza. Voy con ustedes. Eso no es posible.
Es una operación policial, no una visita familiar. Podría ser peligroso. No les pido participar en el asalto. Solo quiero estar cerca, esperar en el coche si hace falta, pero tengo que estar allí cuando encuentren a mi hija. Necesito verla, saber que está bien. García quiso objetar, pero al ver mi determinación se dio.
De acuerdo, pero estará a distancia segura bajo la vigilancia de mis agentes y no intervendrá en nada. Lo promete, lo prometo. Salimos 20 minutos después. Yo iba en el asiento trasero de un coche policial mientras García iba delante al lado del conductor. Detrás nos seguían varios vehículos con agentes vestidos de civil. El equipo de intervención debía llegar antes que nosotros para preparar la operación. El camino se me hizo eterno.
Cada minuto parecía durar horas. Miraba por la ventana, al bosque que se oscurecía a ambos lados de la carretera y no podía dejar de pensar en lo que nos esperaba. ¿Encontraríamos a Carmen o sería otra decepción más? Otro callejón sin salida. García estuvo todo el trayecto en contacto con el centro de operaciones.
De vez en cuando me informaba, “El equipo ya está en el lugar. Están haciendo un reconocimiento, recopilando información. Finalmente nos desviamos de la carretera principal hacia un sendero angosto entre los árboles. Tras unos kilómetros más, llegamos a un claro donde ya había varios coches sin distintivos policiales.