Las risas del salón de bodas se perdieron en la fresca noche californiana, mezclándose con el aroma de rosas y champán. Por un instante fugaz, me permití creer que todo era perfecto. Mi hijo, Ryan, acababa de casarse con la mujer que adoraba: Sophie Bennett. Desde el momento en que la conocí, percibí algo agudo bajo su encanto.
Pero era el día de Ryan, y no el momento de expresar mis dudas.

Mientras los invitados se acomodaban para la cena, eché un vistazo al plano de mesas. Mi nombre no aparecía junto al de mi familia; estaba escondido en la mesa 23, cerca de la zona de servicio. Seguramente, pensé, era un descuido. Encontré a Sophie cerca de la mesa de la tarta y me acerqué a ella con delicadeza.
“Debe haber algún error.”
Su sonrisa era dulce pero gélida.
—Oh, no, señora Hale —respondió—. Usted está exactamente donde debe estar.
Sus palabras me hirieron más de lo que esperaba.
Pero años de enfermería me habían enseñado a tener aplomo. En silencio, tomé una silla vacía cerca de las mesas principales. La sala quedó en silencio cuando Sophie se acercó con paso firme, sus tacones resonando contra el suelo.
—Señora Hale —dijo en voz alta—, su asiento está en otro lugar.
—Me quedaré aquí —respondí con calma.
Su expresión permaneció inalterable. Entonces, con un gesto teatral, me quitó la silla de un tirón. Se oyeron exclamaciones de asombro en la sala cuando caí al suelo. El shock silenció a todos, hasta que las puertas dobles se abrieron de golpe.
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