El DÍA de mi BODA, mi esposo me G0LPEÓ frente a todos—pero nadie esperaba lo que hice después…

una rabia contenida que Verónica nunca había visto. Solo dije la verdad, Juan. Nunca acordamos que yo dejaría mi trabajo. Ahora eres una fuentes, mi esposa. ¿Entiendes lo que eso significa? Oo, tengo que explicártelo. Verónica intentó soltarse, pero él apretó más fuerte. Me estás lastimando. Vas a aprender a respetar a esta familia, aunque tenga que enseñártelo yo mismo.

Los invitados llamaron a los novios para el corte del pastel, una estructura de cinco pisos decorada con flores de azúcar que representaba la catedral donde se habían casado. Las cámaras estaban listas, los flashes preparados para capturar el momento perfecto. Fue entonces cuando ocurrió lo impensable.

Al intentar alejarse para responder al llamado, Verónica tropezó ligeramente con el vestido. Juan Carlos, aún furioso y con reflejos alterados por el alcohol, interpretó el movimiento como un desafío. Frente a decenas de testigos que habían volteado hacia ellos, su mano se levantó y golpeó el rostro de Verónica con tal fuerza que ella cayó al suelo. El sonido del golpe pareció detener la música, las conversaciones, incluso el tiempo.

Un jadeo colectivo se elevó mientras Verónica, con la mejilla enrojecida y el labio partido, miraba incrédula desde el suelo a aquel desconocido en quien se había convertido su esposo. “Dios mío”, susurró alguien. La madre de Verónica corrió hacia ella mientras don Hernando rápidamente se acercaba a su hijo. Lejos de reprenderlo, le susurró algo al oído y luego, con una sonrisa ensayada, se dirigió a los invitados. Un pequeño malentendido, nada más.

Las pasiones en las bodas a veces se desbordan. Por favor, continuemos con la fiesta. Pero el daño estaba hecho. Las miradas de horror, lástima y lo peor, de resignación, como si aquello fuera algo que tarde o temprano debía ocurrir, se clavaron en el alma de Verónica con más fuerza que el golpe mismo. Mientras su madre y hermana la ayudaban a levantarse, Verónica vio como algunos invitados retomaban la fiesta siguiendo las indicaciones de don Hernando, como si nada hubiera pasado. Otros, principalmente sus amigos y familiares,

permanecían congelados sin saber cómo reaccionar. En ese momento, algo cambió dentro de Verónica. La humillación inicial se transformó en una fría determinación. No lloró, no gritó, simplemente miró fijamente a Juan Carlos, quien ahora parecía desconcertado por su propia acción. Y entonces ella pronunció unas palabras que solo él pudo escuchar. Esto no quedará así.

Las primeras luces del amanecer se filtraban por las cortinas de la suite nupsial del hotel Quinta Real cuando Verónica abrió los ojos. El peso del brazo de Juan Carlos sobre su cuerpo le producía una sensación de asfixia. Con cuidado se deslizó fuera de la cama y se dirigió al baño, donde el espejo le devolvió la imagen de un rostro que apenas reconocía.

El maquillaje corrido no lograba ocultar el moretón que comenzaba a formarse en su mejilla izquierda. Su labio inferior, aunque ya no sangraba, estaba visiblemente hinchado, pero lo que más la perturbaba era la mirada en sus propios ojos, una mezcla de rabia contenida y determinación que nunca antes había visto en sí misma.

La noche anterior, tras el incidente, don Hernando había insistido en continuar con la fiesta. Asuntos familiares se resuelven en familia, había dicho mientras sus guardaespaldas discretamente bloqueaban a los pocos invitados. que intentaron acercarse a Verónica para verificar su estado. Juan Carlos, súbitamente sobrio tras su arrebato, había intentado disculparse en privado. Perdóname, mi amor, no sé qué me pasó.

Es que me provocaste frente a mi padre. ¿Sabes lo importante que es su opinión para mí? Verónica había fingido aceptar sus disculpas. Incluso permitió que la besara suavemente en la frente, que la llevara a la pista de baile para un último bals, mientras los fotógrafos, siguiendo órdenes estrictas, capturaban solo sus mejores ángulos, ocultando cualquier evidencia del altercado.

Ahora, a la luz de la mañana, Verónica tomó su celular y revisó los mensajes, decenas de textos de sus amigas y familiares preguntando cómo estaba, si necesitaba ayuda. Y luego un mensaje de Sofía, su mejor amiga, desde la universidad. Estoy en el lobby. Tu madre me dio tus cosas. Si quieres irte, solo avísame. No tienes que quedarte ni un minuto más.

Verónica miró hacia la cama donde Juan Carlos seguía durmiendo. Su rostro, relajado en sueños, mostraba aquella expresión apacible que la había enamorado. ¿Cómo podía ser el mismo hombre que anoche la había golpeado públicamente? ¿Era este incidente una aberración o la primera grieta visible de algo que siempre había estado allí? Su mente voló tres años atrás cuando conoció a Juan Carlos en una reunión de proyectos. Él había quedado impresionado por sus diseños innovadores para viviendas sustentables.

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