Pagó tres míseras monedas por la mujer que nadie quería, sin saber que estaba comprando los restos de su propio corazón roto.
El sol caía a plomo sobre la explanada polvorienta, un lugar donde los finales se vendían al mejor postor. La subasta estaba a punto de terminar. Ya se habían ido el ganado, los caballos y las herramientas oxidadas. Lo último que quedaba, presentado sin ceremonia, era una mujer. No le dieron un nombre, solo un … Read more