Nunca olvidaré aquel día en mi baby shower, cuando tenía ocho meses de embarazo. Mi marido dejó a todos boquiabiertos al darle a su madre los 10.000 dólares que habíamos ahorrado para el parto. Cuando intenté detenerlo, gritó furioso: “¡¿Cómo te atreves a detenerme?!”.

Nunca olvidaré ese día en mi baby shower, cuando tenía ocho meses de embarazo. Mi esposo dejó a todos boquiabiertos al darle a su madre los $10,000 que habíamos ahorrado para el parto. Cuando intenté detenerlo, gritó furioso: “¡¿Cómo te atreves a detenerme?!”. Antes de que pudiera reaccionar, mi cruel suegra me dio un puñetazo en el estómago tan fuerte que perdí el equilibrio y caí a la piscina. Mientras me hundía, luchando por respirar y protegiendo a mi bebé, mi esposo se quedó allí parado… riendo. Y entonces, cuando miré mi vientre, me quedé paralizada.

Nunca olvidaré el día en que todo cambió. Era mi baby shower, una pequeña celebración que organizaron mis amigas en nuestra casa de Valencia. Tenía ocho meses de embarazo y el corazón me latía con fuerza, una mezcla de nervios y felicidad. Había adornos rosas, música suave y un enorme pastel de crema con el nombre que habíamos elegido para nuestra hija: Lucía.

Todo parecía perfecto… hasta que apareció mi esposo, Javier, con su madre, Carmen. Desde que nos casamos, ella nunca me había aceptado. Siempre decía que le había robado a su hijo. Pero ese día, pensé que tal vez las cosas serían diferentes.

Durante la comida, Javier se levantó con una sonrisa forzada. «Tengo algo importante que anunciar», dijo, alzando una copa. Todos guardaron silencio. «He decidido darle los diez mil euros que teníamos ahorrados para el parto a mi madre. Ella los necesita más que nosotros».

El silencio era ensordecedor. Sentí que se me helaba la sangre. “¿Qué dices?”, susurré. “¡Ese dinero era para el hospital, Javier!”

—¡No me cuestiones delante de todos! —gritó, con los ojos encendidos de rabia. Intenté mantener la calma, pero me temblaba la voz—. No puedes hacer eso. Es el dinero de nuestra hija.

Entonces su madre se levantó y, con una sonrisa cruel, dijo: “¡Eres una desagradecida! Mi hijo puede hacer lo que quiera con su dinero”. Me acerqué, intentando no molestarme, pero Javier me apartó un poco. “¡Cómo te atreves a detenerme!”, rugió.

 

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