Un multimillonario finge estar paralizado para poner a prueba a su novia, pero encuentra el amor verdadero donde menos lo espera

Alejandro Mendoza, el heredero multimillonario más rico de España, parecía tenerlo todo: dinero, poder y una novia modelo perfecta, pero tenía dudas sobre una cosa.

Sin estar seguro de si el amor de Isabela era real u oportunista, ideó un plan audaz que dejaría atónitos a todos.

Con la ayuda de su médico personal, fingió un accidente devastador y fingió estar paralizado de cintura para abajo.

Sólo con fines ilustrativos

Quería ver cómo reaccionaría Isabela ante él en silla de ruedas, dependiente de otros y despojado del glamour del poder. Lo que siguió lo dejó atónito.

Mientras Isabela revelaba su verdadera naturaleza, alguien más en la mansión (una persona que él había considerado invisible durante mucho tiempo) mostró un amor tan puro y desinteresado que cambió su visión de la vida para siempre.

¿Quién era esta persona misteriosa que lo amaba de verdad por lo que era? ¿Y cómo reaccionó al descubrir que todo había sido un montaje?

Alejandro estaba sentado en su oficina panorámica en el piso 40 del rascacielos que lleva su nombre en el corazón de Madrid, contemplando la ciudad como un reino donde él reinaba sin cuestionamientos.

A los veintinueve años, heredó el imperio financiero de Mendoza y lo triplicó en cinco años, convirtiéndose en el menor de treinta años más rico de España. Poseía todo lo que el dinero podía comprar: una mansión de 50 millones de euros en La Moraleja, coches deportivos, yates, jets privados, propiedades por toda Europa y, sobre todo, a Isabela Ruiz, la modelo más fotografiada del país. Llevaban dos años saliendo, aclamados por la prensa como la pareja más bella de España.

Sin embargo, esa tarde de septiembre, Alejandro se sentía vacío.

Durante meses, una pregunta lo consumió: ¿Isabela lo amaba de verdad o solo se sentía atraída por su riqueza e influencia? Las señales eran sutiles pero inconfundibles. Irradiaba cuando él le regalaba joyas, pero se desviaba durante las conversaciones serias.

Ella desapareció en sus días de trabajo más duros, reapareciendo como un reloj para eventos de alto perfil.

Ella no mostró ningún interés en sus pensamientos, dudas ni temores. Con la misma agudeza analítica que le servía en los negocios, Alejandro analizó las pruebas, y la conclusión fue amarga: amaba a una mujer que lo trataba como un cajero automático de lujo.

Esa tarde, una idea temeraria tomó forma. Si Isabela lo amaba, lo amaría cuando ya no fuera el poderoso Alejandro Mendoza que todos admiraban. Llamó al Dr. Carlos Herrera, su médico personal y uno de los pocos amigos de verdad que tenía. Cuando Herrera llegó, Alejandro le planteó el plan más extremo de su vida: fingiría una parálisis para poner a prueba el amor de Isabela.

El médico se quedó sin palabras, seguro de haber oído mal, hasta que vio la determinación y la vulnerabilidad en los ojos de su amigo de la infancia. Entonces empezó a considerarlo seriamente. Alejandro le explicó que quería ver cómo reaccionaba Isabela al verlo en silla de ruedas, dependiente de otros, despojado del atractivo del éxito.

Técnicamente, era posible. Herrera podía falsificar informes que indicaban que un accidente de tráfico había causado daño en la médula espinal, con perspectivas inciertas de recuperación. Esa noche, Alejandro permaneció despierto, observando a Isabela dormir plácidamente, sin saber lo que se avecinaba.

Sólo con fines ilustrativos

Al día siguiente, todo estaba arreglado.

Herrera preparó documentos médicos falsos, informó a enfermeras de confianza e instaló equipo médico fiable en la mansión. Alejandro llamó a Isabela —quien se encontraba en Barcelona para una sesión de fotos— y le describió un terrible accidente que lo dejó paralizado.

Su reacción estuvo a la altura de las expectativas: conmoción, incredulidad, promesas de volver de inmediato. Sin embargo, Alejandro, experto en leer a la gente, notó la pausa antes de sus palabras de consuelo: una vacilación que lo dejó helado. Cuando ella llegó a la mansión esa noche, él ya estaba sentado en la silla de ruedas, esperando la verdad.

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