El sol de Oaxaca brillaba con fuerza aquel sábado de mayo, como si quisiera iluminar con especial intensidad la catedral de Santo Domingo, donde Verónica Mendoza, de 28 años, finalmente se casaría con Juan Carlos Fuentes, el hombre que había conocido 3 años atrás en la empresa de construcción, donde ambos trabajaban.
Ella, arquitecta talentosa, pero de origen humilde. Él, ingeniero civil y heredero de una de las familias más influyentes de la ciudad. La plaza frente a la catedral estaba repleta de curiosos que observaban la llegada de los invitados. El vestido de Verónica, con encaje tradicional oaxaqueño, había sido confeccionado por las manos expertas de su abuela materna.
Cada puntada representaba no solo la tradición familiar, sino también los sueños de una vida que Verónica creía perfecta. ¿Estás lista, mi niña?, preguntó doña Carmen, su madre, mientras le acomodaba el velo con manos temblorosas. En sus ojos se mezclaba el orgullo con cierta preocupación que intentaba disimular.
Más que nunca, mamá”, respondió Verónica, aunque una voz interior le susurraba que algo no estaba bien. Había ignorado las señales durante meses, los cambios de humor repentinos de Juan Carlos, sus comentarios controladores, la forma en que sus ojos se oscurecían cuando ella expresaba opiniones diferentes a las suyas. Es solo el estrés del trabajo. Se había repetido tantas veces.

La ceremonia transcurrió con la solemnidad esperada. El padre Jiménez, amigo de la familia Fuentes, ofició el matrimonio ante 400 invitados, la élite oaxaqueña en pleno, políticos locales, empresarios y, en un rincón más modesto, la familia de Verónica, sintiéndose fuera de lugar entre tanto lujo.
La recepción se celebraba en la hacienda Los Laureles, una antigua casona colonial convertida en hotel boutique. Las jacarandas en flor creaban un techo morado sobre los jardines, donde meseros de guantes blancos servían mezcal artesanal y platillos gourmet inspirados en la rica gastronomía oaxaqueña. Fue durante el brindis cuando ocurrió. El padre de Juan Carlos, don Hernando Fuentes, levantó su copa y pronunció palabras que helaron la sangre de Verónica.
Hoy mi hijo no solo gana una esposa hermosa, sino que nuestra empresa incorpora a una arquitecta brillante que ahora trabajará exclusivamente para nosotros. Brindo porque Verónica deje atrás sus ambiciones personales y se dedique a lo que realmente importa, ser una buena esposa fuentes y darme nietos pronto. Los aplausos resonaron mientras Verónica sentía que el aire le faltaba. Nunca habían hablado de que ella abandonara sus proyectos independientes. Su mirada buscó la de Juan Carlos.
quien sonreía complacido al lado de su padre. Cuando le tocó hablar, Verónica tomó el micrófono con decisión. Agradezco el recibimiento en la familia Fuentes, pero quiero aclarar que seguiré desarrollando mis proyectos arquitectónicos personales. Mi carrera es tan importante como mi matrimonio. Un silencio incómodo cayó sobre los invitados. La sonrisa de Juan Carlos se congeló mientras su mandíbula se tensaba visiblemente.
Don Hernando soltó una risa forzada, intentando restar importancia al comentario. “Las novias siempre dicen cosas graciosas cuando están nerviosas.” Intervino la madre de Juan Carlos, Patricia, con una sonrisa tensa. La fiesta continuó, pero Verónica notaba la mirada fría de su ahora esposo. Durante el baile, cuando la música estaba en su punto más alto y el mezcal había aflojado las inhibiciones de los invitados, Juan Carlos la tomó del brazo con fuerza y la llevó a un rincón apartado. ¿Cómo se te ocurre contradecir a mi padre frente a todos? susurró con