Era poco más de la una de la madrugada cuando el pequeño Theo Bennett entró en urgencias del Hospital St. Catherine de Vermont, abrazando a su hermanita, envuelta en una fina manta amarilla descolorida. Una fuerte ráfaga de viento invernal se coló tras él al abrirse las puertas, rozando sus pequeños pies descalzos.
Todas las enfermeras de la recepción se giraron, sorprendidas de ver a un niño tan pequeño parado allí solo.
La enfermera Olivia Grant fue la primera en acercarse. Se le encogió el corazón al ver los moretones en sus brazos y el pequeño corte sobre su ceja. Avanzó lentamente, hablándole con voz suave y tranquilizadora.
—Cariño, ¿estás bien? ¿Dónde están tus padres? —preguntó, arrodillándose para mirarlo a los ojos, abiertos y asustados.
Los labios de Theo temblaron. «Necesito ayuda. Por favor… mi hermana tiene hambre. Y… no podemos ir a casa», susurró con voz ronca y frágil.
Olivia le indicó que se sentara en una silla cercana. Bajo las luces del hospital, los moretones en sus brazos eran inconfundibles; se veían huellas oscuras a través de su sudadera raída. La bebé, de unos ocho meses, se movía débilmente en sus brazos, con sus pequeñas manos crispándose.
—Ya estás a salvo aquí —dijo Olivia en voz baja, apartándole un mechón de pelo de la frente—. ¿Puedes decirme tu nombre?
—Theo… y ésta es Amelie —dijo, apretando a la bebé más cerca de su pecho.
En cuestión de minutos, llegaron el Dr. Samuel Hart, el pediatra de cabecera, y un guardia de seguridad. Theo se estremecía ante cada movimiento repentino, protegiendo instintivamente a Amelie.
—Por favor, no te la lleves —suplicó—. Llora cuando no estoy con ella.
El Dr. Hart se agachó y habló con calma. «Nadie se la va a llevar. Pero necesito saber, Theo, ¿qué pasó?»
Theo miró nervioso hacia la puerta antes de hablar. «Es mi padrastro. Me pega cuando mamá duerme. Esta noche se enojó porque Amelie no paraba de llorar. Dijo que la callaría para siempre. Tuve que irme».
Las palabras impactaron a Olivia como un puñetazo. El Dr. Hart intercambió una mirada seria con el agente de seguridad antes de llamar a la trabajadora social y avisar a la policía.
Afuera, una tormenta invernal azotaba las ventanas del hospital, y la nieve se acumulaba en silenciosos montones. Dentro, Theo abrazaba a Amelie con fuerza, sin percatarse de que su valentía ya había desencadenado una cadena de acontecimientos que le salvarían la vida.
El detective Félix Monroe llegó en menos de una hora, con expresión seria bajo las intensas luces fluorescentes. Había investigado muchos casos de abuso infantil, pero pocos habían comenzado con un niño de siete años entrando en un hospital en plena noche, llevando a su hermana a un lugar seguro.
Theo respondió a las preguntas en voz baja, meciendo a Amelie en sus brazos. “¿Sabes dónde está tu padrastro?”, preguntó el detective.
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