Cada vez que el esposo regresaba de un viaje de negocios, encontraba a su esposa fregando cuidadosamente las sábanas. Un día, curioso, escondió una cámara en su dormitorio, solo para descubrir una dolorosa verdad que lo dejó avergonzado y desconsolado.

Cada vez que su marido llegaba a casa de un viaje de negocios, la encontraba lavando las sábanas.

La cama siempre parecía limpia, pero aún así, ella los lavaba y un día, su silenciosa curiosidad se transformó en desamor.

Tras ser ascendido a gerente regional en una constructora de Seattle, la agenda de Ethan Parker se volvió incesante. Lo que empezó como breves viajes de negocios pronto se convirtió en semanas fuera de casa. Cada vez que salía de su acogedora casa en Portland, su esposa, Lily, lo despedía con una suave sonrisa y un abrazo en el porche; nunca una queja, nunca un suspiro.

Pero algo en sus hábitos empezó a carcomerlo. Sin falta, cada vez que regresaba, ella estaba fregando las sábanas, aunque la cama parecía intacta y olía a lavanda.

Medio en broma, una vez preguntó: “¿Te encantan las sábanas limpias, eh? Estuve fuera toda la semana y nadie ha entrado en esa cama”.

Lily simplemente sonrió débilmente, bajando la mirada.

—Duermo mejor con sábanas limpias —murmuró—. Además… se ensucian un poco.

“¿Sucio?”, pensó Ethan. *¿Cómo?* No había estado en casa. La inquietud se coló como una corriente de aire frío por una ventana rota. Esa noche, no pudo dormir; imágenes de traición parpadeaban tras sus ojos cerrados.

A la mañana siguiente, compró una pequeña cámara oculta y la colocó discretamente en la estantería, frente a la cama.

Le dijo a Lily que tenía un viaje de diez días a Chicago, pero en lugar de eso, alquiló una habitación cercana, decidido a ver qué ocurría cuando él ya no estuviera.

La segunda noche, su corazón latía con fuerza al abrir la cámara de su teléfono. El dormitorio parecía oscuro, bañado por la suave luz de la lámpara de noche.

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