Cada vez que el esposo regresaba de un viaje de negocios, encontraba a su esposa fregando cuidadosamente las sábanas. Un día, curioso, escondió una cámara en su dormitorio, solo para descubrir una dolorosa verdad que lo dejó avergonzado y desconsolado.

22:30 horas – se abrió la puerta.

Lily entró con algo cerca del pecho. Ethan entrecerró los ojos al ver la pantalla. Al principio, pensó que era una almohada hasta que ella la puso sobre la cama. Era su vieja camisa de boda, descolorida y arrugada, la que había conservado durante más de una década.

Se subió a la cama, aferrándose a la camisa con fuerza, como si lo estuviera abrazando. Entonces susurró, con voz temblorosa en la habitación silenciosa:

“Te extrañé de nuevo hoy… Lamento no haber podido quedarme con nuestro bebé… Me equivoqué… Por favor, no te enojes más conmigo”.

Ethan se quedó sin aliento. Las lágrimas brotaron de sus ojos al verla llorar sobre la tela, como su camisa, la reliquia de su corazón.

Las sábanas “sucias” no eran la prueba de la traición que temía. Estaban empapadas de sus lágrimas.

Ethan se tapó la cara con las manos, abrumado por la culpa. Mientras él buscaba ascensos y reuniones, ella mantenía viva su hogar y su amor.

A la mañana siguiente, ya no pudo soportarlo más. Condujo a casa temprano, sin avisar.

Lily estaba afuera tendiendo la ropa cuando él se acercó por detrás y la abrazó por la cintura. Ella dio un pequeño respingo y luego sonrió, asombrada.

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