“Volver con quien te traicionó es como intentar pegar un espejo roto. Aunque logres unir las piezas, la grieta siempre estará ahí.”

 

Nos casamos justo cuando asumí la dirección de la empresa de diseño de interiores que mis padres me dejaron: “Diseños de Autor LNA”. Ricardo era entonces un simple empleado en el área de ventas, nos conocimos en el proyecto de apertura de la nueva boutique en Polanco.

Al principio me trataba de maravilla. Me cuidaba en cada detalle, me hacía sentir una reina.

Hasta que puse a mi nombre la casona estilo colonial en Coyoacán —la casa que él siempre decía “déjala a tu nombre para el papeleo, pero es de los dos, mi amor”—.

Hasta que sus padres se acostumbraron a que yo pagara sus gastos médicos, la remodelación de su casa, y las fiestas de fin de año.

Hasta que Ricardo me dijo:

—Tú solo tienes el nombre en los papeles, pero la casa es de mi familia, tú debes entender.

Yo sonreí.

Alguna vez fui una mujer que creía en la buena fe.

Pero ya no era esa chica.

Tres meses atrás, descubrí mensajes como “mi vida”, “mi noviecita“, “casémonos pronto”.

La tercera en discordia se llamaba Violeta. Una nueva empleada en el departamento de marketing de mi empresa.

Fui a buscar a Ricardo a la 1 de la mañana, poniéndole el teléfono enfrente:

—¿Qué es esto?

Me miró, sin pánico, sin temor. Como si hubiera preparado la respuesta desde hace tiempo.

—La amo. Deberíamos terminar.

Yo esperé una disculpa. Esperé que me explicara que fue un momento de debilidad.

Pero él ni siquiera se molestó.

—Divorciémonos. Démosle libertad a los dos.

Guardé silencio. En ese silencio, vi algo claro:

Él tenía un plan.

Y lo más importante, él creía que yo lloraría, suplicaría, armaría un escándalo.

Se equivocó.

Volviendo al día de la firma.

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