Una nota de un extraño en mi recibo de compra cambió mi día y tal vez mi fe en las personas.

No era la nota en sí lo que importaba, sino el cariño que la acompañaba. Una desconocida, en medio de su propio día, vio algo que yo no había notado y decidió actuar. Sin mérito. Sin expectativas. Solo decencia.

El mundo puede sentirse agudo e impaciente: la gente se cruza, con la mirada baja y el corazón en guardia. Pero momentos como este me recuerdan: la bondad aún vive aquí. Está en la mujer que se da cuenta, en el hombre que abre la puerta un poco más, en el vecino que pregunta por qué.

 

Esa nota no solo me devolvió la billetera, sino que me devolvió algo más tranquilo y profundo. Me recordó que la amabilidad no ha desaparecido. Que la gente sigue eligiendo preocuparse, incluso cuando nadie los ve.

Así que ahora, cuando veo a alguien vacilando, dudando, dolido, intento ser yo quien lo note. Porque a veces, bastan unas pocas palabras, garabateadas en el reverso de un recibo, para recordarle a alguien que el mundo aún conserva su gracia.

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