Una niña y su perro K9 descubren a dos policías enterrados vivos. ¡Su siguiente movimiento sorprendió a todos!

—¡Ayuda! —gritó—. ¡Por favor, alguien!

La puerta se abrió de golpe. Un hombre con chamarra gruesa verde olivo la miró con los ojos muy abiertos. Tenía barba de varios días y una placa en el pecho que decía: RAMÍREZ.

—¡Santo Dios! —exclamó—. Niña, ¿qué haces aquí?

Renata se tambaleó hacia adentro.

—Oficiales… —jadeó—. Dos policías… enterrados en la nieve… se están muriendo.

Max se metió detrás de ella, salpicando nieve por toda la entrada, ladrando como loco.

La expresión del guardabosques cambió de preocupación a urgencia. Cerró la puerta de un golpe, corrió hacia una radio y presionó el botón de emergencia.

—Aquí puesto Sierra Tres, solicitando apoyo inmediato —dijo, con voz firme—. Dos agentes reportados inconscientes, enterrados en la sierra. Víctima menor de edad los encontró. Repito…

Mientras hablaba, ya se estaba colgando un chaleco de rescate.

—¿Te acuerdas por dónde viniste? —preguntó, mirándola.

Renata tragó saliva.

—No mucho… pero Max sí.

El hombre miró al perro, que lo veía de regreso como si entendiera cada palabra.

 

 

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