Una niña y su perro K9 descubren a dos policías enterrados vivos. ¡Su siguiente movimiento sorprendió a todos!

El bosque se convirtió en un laberinto de sombras blancas.
Renata avanzaba doblada, protegiéndose el rostro con el antebrazo.

El viento la empujaba de lado, la nieve le llegaba a las rodillas. Dos veces resbaló y cayó de bruces, tragando hielo, sintiendo cómo el frío se le metía hasta los huesos. Cada vez, Max regresó, la mordió suavemente del borde de la chamarra y tiró de ella, obligándola a ponerse en pie.

—No me dejes quedarme —dijo entre sollozos—. No me dejes dormir, Max.

El perro ladraba de vez en cuando, como respondiendo “no”.

El mundo era solo blanco hasta que, de pronto, muy a lo lejos, Renata vio un punto amarillo anaranjado entre los troncos. Parpadeó.

¿Era… una luz?

Max también la vio. Empezó a jalonear la correa, casi arrastrándola.

—¿La torre? —susurró Renata—. ¿Es la torre de guardabosques?

Una estructura alta de metal y madera se recortaba apenas contra el cielo gris, con una caseta en lo alto. La luz titilaba en una ventana.

Renata sintió renacer algo dentro de ella: esperanza.

—Vamos, Max —dijo, aunque apenas podía mover los labios—. Ya casi.

Los últimos metros los hizo casi a gatas. El pequeño edificio junto a la torre parecía un milagro: puerta metálica, antenas, un viejo pick up cubierto de nieve. Max se adelantó y rasguñó la puerta con desesperación, ladrando.

Renata juntó sus últimas fuerzas y golpeó.

 

 

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