Por primera vez en mucho tiempo, no se sentía “la que siempre hace todo mal”. No era la niña del jugo derramado ni la que estorba cuando los adultos están cansados.
Había tomado una decisión en medio del miedo, y esa decisión había cambiado la vida de otros.
Esa noche, cuando regresaron a casa, Diego la esperó con un cuaderno nuevo.
—Es para tus historias —dijo—. Por si algún día quieres escribir todo lo que pasó.
Renata sonrió.
—Tal vez sí —respondió—. Para que, aunque se borren las huellas en la nieve… nadie olvide lo que Max y yo encontramos ese día.
Max se echó a sus pies, como siempre, pero ahora con la medalla tintineando cada vez que movía la cabeza.
Afuera, la nieve seguía cayendo, silenciosa.
Adentro, la casa se sentía distinta: más unida, más cálida.
Y aunque el mundo no lo supiera, en ese pequeño hogar en la sierra, todos estaban de acuerdo en algo:
A veces los héroes son niños perdidos en una tormenta.
A veces son perros que cavan donde nadie mira.
Y a veces, son los dos, caminando juntos, desafiando al frío… y salvando la verdad que otros quisieron enterrar.
