La oficial levantó la mano y le hizo una seña.
—Ven, campeona.
Renata se acercó con timidez. Max se ubicó a su lado, como siempre.
—Nos salvaste la vida —dijo la mujer, con voz ronca—. A mí, a mi compañero… y a quién sabe cuántas personas más. Lo que estábamos investigando era muy grande.
El oficial asintió.
—Si no hubiéramos declarado, esa banda seguiría suelta. Pero ahora todo el departamento está encima de ellos. Todo porque tú y tu perro no se dieron la vuelta.
Renata sintió un nudo en la garganta.
—Yo solo… no quería dejarlos solos —dijo—. Tenían los ojos casi cerrados. Y… prometí que los iba a sacar de ahí.
La oficial se rió, aunque el gesto le dolió.
—Pues cumpliste.
Max apoyó el hocico en la cama de la oficial. Ella le acarició la cabeza con suavidad.
—Y tú también, héroe.
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