Una niña de siete años entra en la sede de un millonario con una carta que destroza su vida

Javier no se movió. Solo los miró a los dos, con calma fría.

—Buenas noches, señor Barton —dijo Roberto, intentando sonar cordial—. Siento venir así, pero cuando Susana me contó lo que estaba pasando, pensé que era mi deber advertirle. Natalia no es quien dice ser.

Javier no respondió. Fijó la vista en la mano de Susana, apoyada en el brazo de Roberto con una confianza que no encajaba con eso de “acabo de conocerlo”.

—¿Desde cuándo os conocéis? —preguntó, sin rodeos.

Susana y Roberto intercambiaron una mirada rápida.

—Hace poco, por conocidos en común —respondió ella demasiado deprisa—. Cuando supo que hablabas de ayudar a Natalia, él quiso venir a contarte su experiencia.

Roberto inspiró hondo, como si se hubiera aprendido un discurso.

—Durante nuestro matrimonio —empezó—, Natalia me ocultó cosas. Me dijo que el padre de su hija era un hombre rico que las había dejado tiradas. Hablaba de él como hablas tú ahora de ti mismo. Siempre con pena, siempre con historias tristes. Al final me di cuenta de que me estaba utilizando. Anulamos el matrimonio.

Se detuvo para medir el efecto de sus palabras.

—Te va a pasar lo mismo —añadió—. Es su manera de vivir: contando historias para despertar lástima.

Javier lo escuchó todo en silencio, sin interrumpir. Cuando terminó, asintió despacio.

—Interesante —dijo—. Qué coincidencia que aparezcas justo ahora.

Susana dio un paso adelante.

—Javier, sé que esto duele, pero necesitas verlo claro. La prueba de ADN ya dijo que Dorita no es tu hija. Y ahora tienes el testimonio de Roberto. Todo encaja. No puedes dejar que te destruyan la vida.

Javier sonrió, pero no era una sonrisa amable.

—Sí, la prueba de ADN… la primera prueba —corrigió—. Porque hoy hemos recibido los resultados de la segunda, hecha en dos laboratorios distintos, con máxima seguridad.

Se volvió hacia Roberto.

—Y resulta que Dorita es mi hija biológica, con una probabilidad del 99,97 %. Así que todo tu discurso acaba de caerse al suelo.

El color desapareció del rostro de Susana. Roberto abrió la boca, sin saber qué decir.

—La otra prueba fue manipulada —lo interrumpió Javier—. En el laboratorio hubo un “corte de luz” muy conveniente, y alguien llamó para preguntar detalles sobre el proceso. Alguien con tu nombre, Susana.

Ella dio un paso atrás.

—Javier, estás exagerando. ¿De verdad crees que yo sería capaz de…?

—Mi médico me ha confirmado que alguien intentó interferir en el proceso —dijo él—. Y tú fuiste la única que llamó sin mi permiso. Además, curiosamente, eres la misma persona que hace ocho años me enseñó fotos “comprometedoras” de Natalia, me habló de llamadas anónimas, me convenció de que me engañaba.

La mirada de Javier se endureció.

—Ocho años creyendo que la mujer que amaba era una traidora —continuó—. Y ahora descubro que quizá la única persona que me engañó todo este tiempo fuiste tú.

El silencio se hizo pesado.

Roberto empezó a recoger su maletín.

—Mire, yo no quiero problemas —dijo nervioso—. Susana me puso de tu lado de la historia. Yo solo conté lo que viví…

—Lo que viviste —lo cortó Javier— fue un matrimonio donde tu esposa no podía amar a otra persona que no fuera a mí. Eso es doloroso, sí, pero no un delito. Lo que  es grave es presentarte aquí para reforzar una mentira.

Se volvió hacia él con firmeza.

—Te aconsejo que te marches ahora mismo y hables con un abogado. No quiero hacerte daño, pero no te voy a permitir seguir participando en esto.

Roberto dudó un segundo, miró a Susana, y su cara cambió. Allí, en sus ojos, vio algo que no le gustó nada.

—Creo que tienes razón —dijo, retrocediendo—. Yo… me voy.

Salió casi huyendo.

Quedaron solo Javier y Susana.

Ella intentó recomponerse.

—Javier, cariño, estás confundido. Esa mujer te ha hecho mucho daño y ahora se aprovecha de que estás sensible. Yo solo quería protegerte.

—¿Protegido de qué? —preguntó—. ¿De mi hija? ¿Del amor de mi vida? ¿De la posibilidad de tener una familia?

Susana apretó los puños.

—De que te arruinen —soltó—. De que te quiten todo por lo que has trabajado. Esa gente ve a alguien con dinero y se agarra. Yo te he cuidado todos estos años, he estado a tu lado, he organizado tu vida…

—Exacto —la interrumpió—. Has organizado mi vida… para que no quedara espacio para nadie más. Ni para una familia, ni para un hijo, ni para la verdad.

Dio un paso hacia ella.

—El doctor ha informado de la manipulación de la prueba a las autoridades —añadió—. También mis abogados están revisando todo lo que pasó hace ocho años: las fotos, las llamadas, la procedencia de esas “pruebas” contra Natalia. Y, Susana, si se demuestra que tuviste algo que ver, te vas a enfrentar a consecuencias muy serias.

Susana palideció

—Lo hice por amor —susurró, al borde del llanto—. Porque sabía que tú y yo éramos perfectos juntos. Ella te iba a hacer daño. Te habría convertido en un hombre normal, con una vida normal. Yo quería algo más para ti. Para nosotros.

—Tú no estabas enamorada de mí —respondió Javier con calma—. Estabas enamorada de mi poder, de mi cargo, de la imagen. Si me hubieras querido de verdad, habrías querido también lo que yo quería en el fondo: una familia.

Señaló la puerta.

—Se acabó, Susana. Estás despedida. Mañana mismo seguridad te acompañará para recoger tus cosas en la empresa. Y a partir de hoy, todo lo que tengas que decir tendrá que pasar por mis abogados.

Ella lo miró como si no lo reconociera.

—Vas a tirar tu vida por la borda por una historia de amor del pasado y una niña que casi no conoces —escupió.

—No —respondió él—. Voy a recuperar la vida que me robaron hace ocho años.

Susana sostuvo su mirada por un segundo, luego cogió su bolso con las manos temblorosas.

—Te vas a arrepentir —dijo en voz baja.

Salió dando un portazo.

Por primera vez en años, el ático se quedó realmente en silencio.
Y, por primera vez, ese silencio no le dio paz. Le dio vacío.

Javier miró su reflejo en los ventanales. No vio al ejecutivo perfecto de las revistas. Vio a un hombre que, por fin, estaba dispuesto a elegir.

Cogió el teléfono y marcó.

—¿Natalia? —dijo cuando ella respondió—. Es tarde, lo sé. Pero necesito decirte algo importante.

—Dime —contestó ella, con la voz cansada pero alerta.

—Se acabó —dijo—. He terminado con Susana. Sé la verdad sobre todo. La prueba confirma que Dorita es nuestra hija. Y no voy a dejar que nadie vuelva a separarnos.

Hubo un silencio al otro lado. Luego, un sollozo ahogado.

—¿Eso significa…? —susurró ella.

—Significa que te quiero —respondió Javier, sintiendo que las palabras salían por fin sin miedo—. Que quiero ser el padre de Dorita, tu pareja, tu familia. Significa que, si tú quieres, esta vez no me voy a ir.

Haz clic en el botón de abajo para leer la siguiente parte de la historia. ⏬⏬

Aby zobaczyć pełną instrukcję gotowania, przejdź na następną stronę lub kliknij przycisk Otwórz (>) i nie zapomnij PODZIELIĆ SIĘ nią ze znajomymi na Facebooku.