Una madre de 70 años llamó a la puerta de su hijo para pedirle dinero prestado para una cirugía. Él solo le dio un paquete de fideos instantáneos. Pero al abrirlo en casa, se quedó paralizada en lágrimas.
Era la tarde en una zona rural de Texas, y una ligera llovizna nublaba el polvoriento camino.
Una anciana, la Sra. Helen Carter, cojeaba lentamente por el sendero de grava, golpeando suavemente el suelo con su bastón. Llevaba al hombro una bolsa de lona descolorida; dentro había algunos papeles del hospital y monedas suficientes para una hogaza de pan.
Helen tenía setenta años. Le temblaban las piernas a cada paso, pero ya había tomado una decisión. Hoy iba a visitar a su hijo, Michael, el niño que había criado con sus propias manos tras la muerte temprana de su marido.
Le habían diagnosticado una afección cardíaca y los médicos le dijeron que necesitaba una cirugía pronto. La operación costaría miles de dólares, mucho más de lo que tenía. Su única esperanza era su hijo, quien ahora era dueño de una próspera ferretería y tienda de materiales de construcción en la cercana ciudad de Houston.
Helen no pedía mucho, solo lo suficiente para salvar su vida. En el fondo, creía que su hijo, por muy ocupado o exitoso que fuera, nunca le daría la espalda a su madre.
Al llegar, se detuvo frente a una gran verja de hierro y tocó el timbre.
El timbre resonó débilmente.
Después de un rato, apareció una mujer joven, la esposa de Michael, Lauren, vestida con ropa de diseñador y con una mirada de impaciencia.
Ella miró a la anciana de la cabeza a los pies.
—Ah… es usted. ¿Qué la trae por aquí, señora Carter?

Helen sonrió débilmente, su voz temblorosa pero cálida.
Vine a verlos a ustedes dos. Y… quería pedirle a Michael un poco de ayuda, solo para mi cirugía.
Lauren no respondió. Simplemente se giró y llamó adentro.
¡Michael! Tu madre está aquí.
Unos momentos después, Michael salió: guapo, impecable, todavía con su ropa de trabajo y con el teléfono en la mano.
—Mamá, ¿qué pasa? Estoy en medio de algo importante —dijo con tono apresurado.
Helen dudó y sacó de su bolso un documento hospitalario doblado.
Continúa en la página siguiente