UNA JOVEN HUMILDE LE DIO REFUGIO A UN HOMBRE Y A SU HIJO… SIN SABER QUE ÉL ERA UN MILLONARIO Y…

” Pero esta vez el dolor era diferente. Esta vez no solo había perdido a un hombre, también había perdido a un bebé que había llegado a amar como propio. Y en dos semanas perdería también lo último que le quedaba de sus padres. Sebastián no durmió en toda la semana que siguió. Cada vez que cerraba los ojos veía la cara de Camila cuando descubrió la verdad.

La traición en sus ojos, el dolor en su voz, la manera en que había apretado a Diego contra su pecho como si tratara de protegerlo de él. Diego tampoco estaba bien. El bebé lloraba constantemente y rechazaba el biberón. Sebastián sabía por qué. Diego extrañaba a Camila tanto como él. Señor Restrepo, su asistente Patricia había llegado desde Bogotá esa mañana. La junta directiva está furiosa.

Han estado tratando de localizarlo por dos semanas. Esperen murmuró Sebastián meciendo a Diego sin éxito. No pueden esperar más. Los inversionistas del resort están amenazando con retirarse si no se presenta a la reunión del viernes. Y hay algo más. Sebastián la miró por primera vez desde que había llegado. Los padres de la señora Elena han contratado abogados.

Patricia sacó unos documentos de su maletín. Quieren la custodia de Diego. El mundo se le vino encima. Sebastián tomó los papeles con manos temblorosas. ¿Con qué base? Dicen que su desaparición durante dos semanas demuestra que es un padre irresponsable, que no puede cuidar adecuadamente de su nieto.

Sebastián se dejó caer en la cama del hotel. En una semana había perdido a la mujer que amaba y ahora podía perder también a su hijo. ¿Qué posibilidades tenemos?, preguntó. Pocas. Patricia lo miró con compasión, a menos que pueda demostrar estabilidad y una vida familiar sólida. Una vida familiar sólida.

Exactamente lo que había tenido con Camila durante esas dos semanas perfectas. Mientras tanto, en el café, Camila trataba de mantener la composure frente a sus clientes, pero por dentro se estaba desmoronando. ¿Cuándo regresa tu novio?, le preguntó doña Carmen, la dueña de la pensión. No va a regresar, respondió Camila sec. Y no era mi novio.

Pues el bebé sí parecía tu hijo insistió la señora. Nunca había un niño tan apegado a alguien que no fuera su mamá. Camila sintió que se le cerraba la garganta. Era verdad. Diego la había adoptado como su madre de una manera que había sido hermosa y aterradora a la vez. Esperanza entró al café con una expresión preocupada. Mi hija, necesitamos hablar. ¿Qué pasa ahora? Llegaron las máquinas.

Esperanza se sentó pesadamente. Las excavadoras para el resort están acampando en el terreno al lado de la iglesia. Camila sintió que se le revolvía el estómago. Tan pronto, al parecer aceleraron todo. Don Miguel dice que les dieron solo una semana para desalojar sus tierras. Camila miró alrededor de su pequeño café, las mesas donde su padre había tallado sus iniciales, la máquina de café que su madre había comprado con sus ahorros de toda la vida, las fotos en las paredes de tres generaciones de la familia Torres. Todo iba a desaparecer. Es culpa mía, murmuró. Si no hubiera dejado que

se quedara aquí, si no hubiera No digas tonterías. Esperanza la interrumpió. Sebastián Restrepo iba a hacer esto con o sin conocerte. Tú no tienes la culpa de nada. Pero Camila no podía quitarse la sensación de que había sido usada, de que Sebastián había jugado con sus sentimientos mientras planeaba destruir su vida.

Esa noche, mientras limpiaba las mesas vacías del café, escuchó llantos de bebé afuera. Su corazón se aceleró, se asomó por la ventana y vio a Sebastián caminando en círculos por la plaza con Diego en brazos. El bebé estaba inconsolable. Sin pensarlo dos veces, bajó corriendo. ¿Qué le pasa?, preguntó olvidando por un momento su enojo. No para de llorar.

Sebastián parecía desesperado. Lleva tres días así. No come, no duerme. Camila extendió los brazos instintivamente y Sebastián le entregó a Diego sin dudarlo. En cuanto el bebé sintió sus brazos, se calmó inmediatamente. “Te extrañaba”, susurró Camila besando la cabecita del niño. “Los dos te extrañábamos”, dijo Sebastián suavemente.

Camila lo miró con lágrimas en los ojos. “¿Cómo puedes decir eso cuando estás destruyendo mi vida? Porque no quiero destruir nada. Sebastián se pasó las manos por el cabello. Camila, si pudiera detener todo esto, lo haría, pero no puedo. ¿Por qué no? Eres el dueño de la empresa. Porque no es así de simple, explotó él.

Hay inversionistas, contratos, personas que han puesto millones de dólares en este proyecto. ¿Y qué hay de las personas que viven aquí? ¿Qué hay de las familias que van a perder sus hogares? Sebastián no respondió, no tenía respuesta. Diego había comenzado a quedarse dormido en los brazos de Camila y ella se dio cuenta de que estaba meciendo automáticamente mientras discutían. “¿Sabes qué es lo peor de todo?”, preguntó Camila con voz quebrada.

“Que me hiciste creer que podíamos ser una familia los tres juntos.” “Podemos serlo,”, dijo Sebastián desesperadamente. “Ven conmigo a Bogotá. Tú, yo y Diego podemos, ¿podemos?” ¿Qué? Camila se rió amargamente. Ser tu familia secreta mientras destruyes la vida de otras personas.

Ser tu consuelo después de que acabes con pueblos enteros. No es así. Entonces, ¿cómo es? Camila le entregó de vuelta a Diego, quien inmediatamente comenzó a llorar otra vez. Explícame cómo es, Sebastián. Él abrió la boca para responder, pero no salieron palabras, porque la verdad era que no sabía cómo explicar lo inexplicable. No puedes, dijo Camila tristemente, porque sabes que tengo razón.

Se dio la vuelta para irse, pero Sebastián la tomó del brazo. Camila, espera. Hay algo más que necesitas saber. ¿Qué más puede haber? Sebastián respiró profundamente, como si estuviera a punto de saltar de un precipicio. El resort no fue idea mía, fue de Elena, mi esposa. Camila se quedó helada. tu esposa. Mi esposa muerta.

Las palabras salieron como una confesión. Ella creció en estas montañas. Siempre soñó con construir algo hermoso aquí. Fue su último deseo antes de no pudo terminar la frase. Dios mío. Camila se tapó la boca con las manos. Por eso no puedes detenerlo.

¿Cómo puedo traicionar su memoria? Los ojos de Sebastián se llenaron de lágrimas. ¿Cómo puedo destruir su sueño? Pero Sebastián Camila sintió que el corazón se le partía por él. Ella ya no está aquí. Las personas que van a sufrir sí están. Lo sé, Soyoso. Créeme que lo sé, pero cada vez que pienso en cancelar el proyecto, siento como si la estuviera matando otra vez.

Camila entendió entonces la verdadera tragedia de la situación. Sebastián no era un villano sin corazón. Era un hombre roto, atrapado entre honrar a su esposa muerta y proteger a las personas vivas que amaba. ¿Cómo murió?, preguntó suavemente. Accidente de carro. Sebastián miró al suelo. Venía a encontrarse conmigo para cenar. Si yo no hubiera, si ella no hubiera tenido que no fue tu culpa.

¿Cómo puedes estar tan segura? Porque la conozco. Camila tocó suavemente la mejilla de Diego. Cualquier mujer que haya criado a un niño tan hermoso como este, cualquier mujer que haya hecho que un hombre como tú la ame tanto, ella no habría querido que destruyeras vidas inocentes en su nombre. Sebastián la miró con ojos llenos de dolor y esperanza.

¿Tú crees? Estoy segura. Por un momento, pareció que iban a encontrar una solución, que el amor podía vencer todos los obstáculos. Pero entonces llegó Patricia corriendo por la plaza. “Señor Restrepo, gracias a Dios que lo encontré”, gritó. Los padres de Elena llegaron con los abogados. “Quieren llevarse a Diego ahora mismo.” El mundo de Sebastián se desplomó otra vez.

Miró a Camila con desesperación. “No dejes que se lo lleven”, susurró ella, “Lucha por él.” “¿Vendrías conmigo?”, preguntó. “¿Nos ayudarías?” Camila miró a Diego, quien se había calmado momentáneamente al escuchar su voz. Luego miró hacia su café, donde las luces aún estaban encendidas esperándola. No puedo abandonar esto dijo finalmente.

Es todo lo que me queda de mis padres y Diego es todo lo que me queda de Elena, respondió Sebastián. Se miraron a los ojos, entendiendo que habían llegado a un punto sin retorno. “Entonces, supongo que cada uno tiene que luchar por lo suyo”, dijo Camila con el corazón roto. Sebastián asintió, besó la frente de Diego y se alejó caminando hacia su destino incierto.

Camila se quedó parada en la plaza viendo cómo el hombre que amaba se llevaba al bebé que había llegado a amar como propio, sabiendo que probablemente nunca los volvería a ver. Y en una semana las máquinas comenzarían a demoler todo lo que ella había amado también. Dos. Dos. Bogotá nunca le había parecido tan fría a Sebastián.

Su penhouse en el piso 40 tenía las mejores vistas de la ciudad, pero se sentía como una prisión de cristal. Diego lloraba día y noche y nada de lo que hacía lo consolaba. La leche que está tomando no le gusta, le dijo a Patricia, quien había contratado a tres niñeras diferentes en una semana. Camila le daba una mezcla especial.

 

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