UNA JOVEN HUMILDE LE DIO REFUGIO A UN HOMBRE Y A SU HIJO… SIN SABER QUE ÉL ERA UN MILLONARIO Y…

La tormenta seguía rugiendo afuera, tal vez peor que la noche anterior. No había manera de que nadie pudiera salir del pueblo hoy. Buenos días. La voz de Sebastián la sobresaltó. Se dio la vuelta y lo vio sentado en el sofá con Diego en brazos. El bebé estaba despierto, pero tranquilo, mirando todo con esos ojos grandes y curiosos.

Buenos días, respondió ella tratando de sonar normal. “Dormiste bien. Mejor de lo que he dormido en meses, la verdad. Había algo en su voz que sonaba sincero, vulnerable. Camila se recordó a sí misma que tenía que ser cuidadosa. Si este hombre era realmente un restrepo, podía estar jugando con ella.

¿Tienes fórmula para Diego?”, preguntó señalando al bebé. Sí, pero se me está acabando. Sebastián revolvió en su mochila. Solo me quedan dos latas. Déjame ver. Camila tomó la lata y frunció el seño. Esta es muy cara y también muy aguada para un bebé de 6 meses. Aguada. Diego necesita algo más espeso.

Se ve que todavía tiene hambre después de comer. Camila fue a su pequeña a la cena y sacó leche en polvo normal. Mi vecina tiene gemelos. Me enseñó este truco. Mezcló la fórmula cara con un poco de leche en polvo común y se la dio a Diego. El bebé se la tomó toda sin parar y después se quedó satisfecho por primera vez desde que había llegado.

¿Cómo sabías eso? Preguntó Sebastián claramente impresionado. En un pueblo pequeño, todos ayudamos a cuidar a los niños de todos. Camila se encogió de hombros. ¿Tú no tienes familia que te ayude? La pregunta lo golpeó como una bofetada. Sebastián miró hacia otro lado y su mandíbula se tensó. Ya no. Camila sintió una punzada de culpa.

Había algo genuinamente doloroso en esa respuesta, sin importar cuál fuera su apellido. “Lo siento”, murmuró. No quise. No te preocupes. Sebastián se levantó y caminó hacia la ventana. ¿Sabes algo de carros? El mío hizo un ruido raro antes de morir completamente. Un poco. Mi papá tenía un taller pequeño antes de que abriera el café. Camila dejó a Diego en su regazo.

Cuando pare tormenta puedo echarle un vistazo. Te pagaría bien por eso. No necesitas pagarme, respondió ella rápidamente. Los vecinos se ayudan. Sebastián la miró con una expresión extraña, como si nunca hubiera conocido a alguien que rechazara dinero. El segundo día fue más fácil.

Sebastián resultó ser sorprendentemente útil. Arregló la máquina de café que llevaba meses haciendo ruidos raros y logró que la llave del fregadero dejara de gotear. ¿Dónde aprendiste a hacer eso?, preguntó Camila viendo cómo reparaba el extractor de humos con herramientas que había encontrado en el taller de su padre. “Mi abuelo era mecánico”, respondió él sin levantar la vista.

me enseñó que un hombre debe saber arreglar las cosas con sus propias manos. Tu abuelo suena como una buena persona. Lo era. Sebastián se limpió las manos grasientas en un trapo. Era el único que se detuvo abruptamente. El único que qué nada. No importa. Esa noche, mientras Diego dormía entre ellos en el sofá, Camila le enseñó a Sebastián cómo hacer chocolate santafereño de la manera tradicional.

Tienes que mover la cuchara en círculos, no de lado a lado”, le explicó guiando su mano. Y el secreto está en la canela molida al final. Sus manos se tocaron mientras él revolvía y ambos sintieron una chispa eléctrica. Sebastián la miró a los ojos y por un momento Camila olvidó completamente sus sospechas sobre su identidad. “¿Por qué eres tan buena conmigo?”, preguntó él suavemente. Ni siquiera me conoces.

¿Por qué tienes un bebé que te necesita?”, respondió ella. “¿Y por qué? Porque pareces alguien que ha perdido mucho.” Los ojos de Sebastián se llenaron de lágrimas que trató de esconder. “No sabes cuánto, el tercer día apareció la tía esperanza.” “¡Camila, gritó desde abajo, “abre la puerta, vine a ver si estabas bien.

” Camila bajó corriendo y encontró a su tía sacudiéndose la nieve del abrigo. “Tía, ¿cómo llegaste hasta acá con esta tormenta? En el tractor de don Manuel, Esperanza subió las escaleras con energía sorprendente para sus 55 años. Estaba preocupada por ti. Y Sheab se detuvo en seco al ver a Sebastián. Tía, él es Sebastián y este es Diego.

Camila tomó al bebé en brazos. Se quedaron varados por la tormenta. Esperanza miró a Sebastián de arriba a abajo con esos ojos que podían ver el alma de las personas. Mucho gusto”, dijo finalmente. “Soy Esperanza Torres”. El gusto es mío, señora. Sebastián se levantó respetuosamente. Su sobrina ha sido muy generosa con nosotros. Mi sobrina es generosa con todo el mundo.

Esperanza siguió estudiándolo. A veces demasiado generosa para su propio bien. Esa noche, mientras Sebastián bañaba a Diego en el fregadero de la cocina, Esperanza jaló a Camila hacia un rincón. “¿Qué sabes de él?”, le, susurró. dice que viene de Bogotá, que está entre trabajos. Camila miró hacia la cocina, donde Sebastián cantaba suavemente mientras secaba al bebé.

Pero tía, creo que hay algo que no me está diciendo. ¿Como qué? Camila le contó sobre la pulsera del hospital y el apellido Restrepo. Esperanza frunció el ceño. ¿Estás segura? Completamente. Pero Camila suspiró. Mírale la cara cuando está con Diego. Míralo cuando piensa que nadie lo ve.

Ese hombre está sufriendo de verdad. El sufrimiento no excusa las mentiras, mija. Lo sé, pero tampoco las condena automáticamente. Esperanza observó a Sebastián por un largo momento. Lo vio hacer caras graciosas para que Diego se riera. Lo vio limpiar cuidadosamente cada dedito pequeño. Lo vio susurrar palabras de amor que claramente salían del corazón.

Ese hombre quiere a ese bebé”, murmuró finalmente. “Sí.” Camila sonrió tristemente. “Y Diego lo quiere a él, pero también me quiere a mí.” Era verdad. Diego había comenzado a estirar los bracitos hacia Camila cada vez que la veía y se calmaba instantáneamente cuando ella lo cargaba. Parecía haber decidido que necesitaba dos padres en lugar de uno.

 

Continúa en la página siguiente

Leave a Comment