Una joven de 20 años se enamoró de un hombre 40 años mayor que ella, pero cuando se lo presentó a su madre, su madre de repente la abrazó y comenzó a llorar porque resultó ser…
Pero también comprendió que no tenía por qué perdonar. Podía mantener esa puerta cerrada para siempre. Comprendió que estar sano no siempre significa reconciliación.
Un día, Ritu decidió conocer a Rajiv.
Se conocieron en un parque. Neutral, público, seguro.
Rajiv llegó puntual, con aspecto delgado y cansado. Se sentó en un banco, esperando a que Ritu hablara.
—No te odio —dijo Ritu tras un largo silencio—.
Podría haberlo hecho. Habría sido fácil. Pero no puedo. Porque una parte de mí recuerda al hombre que me hacía reír, que me escuchaba. Y eso me confunde.
Rajiv asintió.
«Lo siento, Ritu. Me faltan las palabras».
“Lo sé.”
Respiró hondo.
«No quiero que seas mi padre. Ahora no. Quizás nunca. Esa oportunidad pasó hace veintiún años. Pero no quiero vivir toda la vida con esta carga. Así que te pido esto: vete. Vive tu vida de nuevo. Aprende de esto. Y si alguna vez decides tener hijos, sé el padre que nunca fuiste para mí».
Rajiv cerró los ojos, con lágrimas fluyendo.
“Lo haré. Es mi promesa”.
Se quedaron de pie. Sin abrazos. Sin más palabras.
Solo una silenciosa despedida.
Ritu lo vio alejarse, sabiendo que había tomado la decisión correcta.
Una lección que nadie espera
Dos años después, Ritu estaba bien.
No estaba completa. Algunos días eran difíciles, días en los que se preguntaba qué podría haber sido diferente. Pero aprendió una verdad fundamental: la vida puede ser aleatoria y cruel. El azar puede quebrarte de maneras que nunca imaginaste.
Y estar sano no significa olvidar.
Significa reconocer la realidad. Que fue doloroso. Que dejó cicatrices. Pero esas cicatrices no te definen.
Su madre y ella se unieron más que nunca. Lo compartieron todo: el pasado, los errores, las cosas que podrían haberlas separado, y decidieron perdonarse, sabiendo que nadie es perfecto.
Rajiv cumplió su promesa. Nunca volvió a perseguirlos. Ritu se enteró de que se había mudado a otra ciudad, comenzando de cero. Y aunque una parte de ella seguía sintiendo curiosidad, sabía que era mejor así.
Algunas puertas, una vez cerradas, deberían permanecer cerradas para siempre.
Esta historia no tiene un final feliz. Ni trágico.
Su final es honesto.
Y a veces, eso basta.