Una chica muy delgada y sin hogar estaba siendo escoltada hacia la salida de una lujosa gala benéfica por dos guardias de seguridad. Miró el piano y gritó: «¿Puedo tocar el piano a cambio de un plato de comida?». El invitado de honor, el legendario pianista Lawrence Carter, dio un paso al frente, apartó a los guardias y dijo: «Déjenla tocar». Lo que ocurrió después dejó el salón en absoluto silencio.

Colocó sus dedos pequeños y mugrosos sobre el mar de teclas marfil. Cerró los ojos unos segundos, respiró hondo… y empezó a tocar.

Lo que salió de ese piano no era una cancioncita infantil ni un ensayo torpe. Era una melodía compleja, hermosamente rota, con un dolor antiguo que parecía demasiado grande para venir de una niña.

Era una nana. Pero no una de esas dulces y sencillas. Era una nana oscura, intrincada, con acordes que se enredaban en el pecho y una mano izquierda melancólica que arrastraba consigo una tristeza casi física. Esa música llenó el salón, borrando de golpe el murmullo, las copas, los susurros. De repente, todo el lugar se volvió silencio y respiraciones contenidas.

Un invitado en primera fila dejó caer su copa; el cristal se hizo añicos sobre el mármol y el sonido rebotó en el silencio como un trueno aislado.

Eleanor se quedó rígida, pálida, con la mano en la garganta. Sus ojos estaban clavados en el escenario, como si acabara de ver un fantasma.

Del otro lado del salón, Lawrence Carter se levantó de un salto, tirando su silla. Tenía la mirada desorbitada, como si alguien le estuviera abriendo una herida vieja con las manos. Esa melodía lo atravesaba de lado a lado.

Los dos conocían esa canción. Era un secreto que creían enterrado desde hacía diez años. Y ahora estaba ahí, desnudo, en manos de una niña callejera.

La última nota se sostuvo en el aire, temblando como una acusación. La niña bajó las manos. No hizo una reverencia. No sonrió. Se limitó a quedarse de pie, respirando con dificultad.

Lawrence fue el primero en moverse. Subió al escenario como si estuviera caminando entre ruinas. Su voz salió ronca, quebrada.

—Niña… ¿de dónde sacaste esa nana? Esa pieza nunca se publicó. Era… un regalo privado.

 

 

⬇️Para obtener más información, continúa en la página siguiente⬇️

Aby zobaczyć pełną instrukcję gotowania, przejdź na następną stronę lub kliknij przycisk Otwórz (>) i nie zapomnij PODZIELIĆ SIĘ nią ze znajomymi na Facebooku.