Una cesta de fresas de color rojo brillante, un capricho esperado… pero que escondía un descubrimiento aterrador.

Ya conoces ese placer del domingo por la mañana: hacer la compra, llenar la cesta con deliciosos productos frescos, recorrer los pasillos y volver a casa con una sensación de logro. Eso fue exactamente lo que hice. Una rutina sin sorpresas… o eso creía.

El lunes por la mañana, como siempre, se me antojaba algo dulce para el café. Abrí la nevera y cogí una cesta de fresas frescas, listas para lavar. El envase estaba impecable, la fruta de un rojo delicioso, como si hubiera salido de un anuncio. Y aun así…

Al abrir el paquete, mi mirada se quedó congelada. Algo andaba mal.

Una forma extraña entre las frutas.

Entre las fresas brillantes, un objeto largo y delgado contrastaba marcadamente. ¿Una cuerda olvidada? ¿Un trozo de plástico? Eso pensé, con la mente aún un poco nublada por la mañana. Pero al observar más de cerca, un detalle me llamó la  atención  : algo se movía. Muy levemente, como una sutil vibración. Suficiente para preocuparme.

Con el corazón latiéndome con fuerza, me incliné hacia delante. No podía apartar la vista de aquella figura sinuosa. Parecía viva… y lo estaba.

Una sorpresa animada y (afortunadamente) inofensiva.

Lo que sostenía en mis manos no era solo un objeto extraño; era una pequeña serpiente muy real,  acurrucada  entre dos fresas. Sí, una de verdad. No se asusten: era inofensiva y, obviamente, estaba tan sorprendida como yo de estar allí.

Me quedé allí un momento. Entonces, mi instinto me dijo que bajara la bandeja, respirara hondo y sacara el teléfono. Me dirigí al servicio de atención al cliente del supermercado.

Una reacción rápida y tranquilizadora

 

 

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