Mi padre murió y su abogado me llamó para leer el testamento.
Mi padre no tenía mucho dinero y yo era su único hijo.
No esperaba sorpresas. Pero entonces el abogado empezó: «Según los deseos de su padre, su casa…»

Al principio sonreí, pero las palabras me impactaron: ESPERA, ¿¡LA CASA?!
Nunca imaginé que quedaría algo valioso, y mucho menos algo tan significativo.
Cuando el abogado me lo explicó, mi padre había pasado años reparando silenciosamente la vieja casa en la que crecí.
Cada tabla del suelo que crujía, cada capa de pintura nueva y cada pequeña mejora se habían hecho con un objetivo simple: que un día pudiera ser mío.
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