Una noche, cuando el hostal estaba casi vacío, Mariela subió al segundo piso para llevar toallas limpias. Al pasar frente a la habitación 207, escuchó un golpe seco. Se detuvo. Luego, una voz masculina, áspera, regañando en voz baja. No entendió las palabras exactas, pero el tono la hizo apretar con fuerza la bandeja de toallas.
Continuó su ronda intentando convencerse de que no era asunto suyo.
Sin embargo, media hora después, mientras sacudía una alfombra en el pasillo trasero, notó que la ventana del baño de la habitación 207 estaba entreabierta. Desde ahí, si uno se inclinaba un poco, podía ver parte del interior.
Mariela no quería mirar. Se repetía que no debía. Pero el instinto le decía otra cosa.
Se acercó.
Y lo que vio la dejó sin aliento.
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