Una camarera de un hostal nota que una chica de 14 años entra cada noche en la misma habitación con su padrastro; lo que ve a través de la ventana la deja completamente impactada

La camarera y la ventana que no debía mirar

Mariela llevaba cinco años trabajando en el pequeño hostal “El Faro”, un edificio antiguo junto a la carretera, donde camioneros, familias de paso y viajeros solitarios se quedaban a dormir antes de seguir su camino. Había visto muchas cosas extrañas en su turno nocturno, pero nada que realmente le quitara el sueño… hasta que llegaron ellos.

Una noche de marzo, una joven de unos catorce años entró al vestíbulo detrás de un hombre alto, robusto, de barba desordenada. Él firmó el registro como “Rubén Cifuentes y familiar”. La chica no dijo palabra; solo mantenía la mirada baja, con los hombros encogidos, como si quisiera volverse invisible. Mariela lo notó, pero al principio no le dio demasiada importancia: en el hostal era común ver adolescentes aburridos o tímidos que solo querían llegar a su habitación.

Pero desde esa noche, algo no cuadraba.

Volvían cada día exactamente a la misma hora, poco después de las diez de la noche. Nunca pedían servicio adicional, jamás bajaban al comedor y, lo más inquietante, la chica nunca estaba sola. Rubén la acompañaba incluso cuando caminaban por el pasillo hacia la máquina expendedora. Mariela intentó sonreírle una vez; la adolescente levantó la mirada apenas un segundo y Mariela sintió un escalofrío: sus ojos parecían pedir ayuda, aunque no emitiera palabra.

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