Un regalo devuelto: El poder de la compasión

Simplemente decía: “A veces la amabilidad tiene un precio, pero nunca queda impaga”.

Esa misma noche, tras semanas buscando trabajo, pasé por delante de una cafetería concurrida con un cartel de “Se busca ayuda”. Sin nada que perder, entré.

El gerente escuchó mi historia, no sólo mi currículum.

Cuando mencioné la panadería, sus ojos se suavizaron con una tristeza consciente.

Ella me contrató en el acto, diciendo: “Aquí valoramos los corazones, no sólo las manos”.

Apreté la horquilla, sintiendo su extraño peso, casi como una promesa.

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