Un regalo del corazón
Las lágrimas brillaron en los ojos del padre. «No vine a causar problemas», dijo en voz baja. «Solo quería encontrar algo pequeño: un regalo de cumpleaños para mi hija».
La niña lo miró y susurró: «Papá, no necesitamos nada. Solo te quiero a ti».
El dueño se agachó a su altura con una expresión cálida. «Cariño, hoy es tu día especial. Y tu padre es un héroe para mí. Mereces alegría, no susurros».
Se levantó, se volvió hacia el personal y dijo con firmeza: «Que elija lo que quiera. Sin costo alguno».
La tienda volvió a quedar en silencio. La niña parpadeó con incredulidad. “¿Algo?”, preguntó tímidamente.
El dueño sonrió. “Lo que sea.”
No corrió a los estantes de diamantes ni a las vitrinas relucientes. En cambio, se acercó a un pequeño expositor y tomó un sencillo relicario de plata. Sosteniéndolo cerca, susurró: «Esto es suficiente».
Dignidad restaurada
Su elección silenció a la sala. No se trataba del precio, sino de la dignidad.
El padre inclinó la cabeza con voz temblorosa. «Gracias… por acordarte de mí. Por vernos».
La niña aferró el relicario como si fuera lo más preciado del mundo. Por primera vez, no vio a su padre cansado con zapatos gastados; vio a su héroe.
Salieron juntos, con la cabeza en alto, mientras las mismas personas que se habían burlado de ellos momentos antes observaban con silenciosa culpa.
Detrás de ellos, el dueño estaba de pie junto a la puerta y dijo en voz baja: «Una vez me salvaste cuando no tenía nada. Hoy tuve la oportunidad de corresponder a tu generosidad. No lo olvides nunca: tú y tu hija merecen toda la felicidad que este mundo pueda ofrecer».
El padre apenas podía hablar. Asintió con los ojos brillantes mientras su hija susurraba: «Gracias, señor».
Y en ese momento, una verdad resonó en los corazones de todos los presentes: un acto de bondad, por pequeño que sea, puede volver años después de maneras que nadie espera.