Él conocía esta angustia; la había experimentado en su juventud. Alexander se arrodilló junto a ella y suavemente le puso la mano en el hombro. Su voz era serena pero cordial. Esto concluye aquí. “Nadie volverá a tratarte de esta manera”. En ese momento, la realidad fracturada de Emily se transformó. La perturbación impulsó a Diana a regresar a la puerta. Su rostro se contorsionó de rabia al ver a Alexander consolando a Emily. “Ella es solo una carga”, replicó Diana. “No la deseo”. “Tómala, si te preocupa tanto”. La expresión asombró a la pequeña asamblea que se había congregado cerca. Alexander permaneció imperturbable. Se mantuvo firme, sosteniendo la mirada de Diana con ojos firmes. “Si puedes abandonar a una hija después del funeral de su padre”, afirmó con firmeza, “eres indigna del título de ‘madre'”. A partir de ese día, ya no es indeseada. Los espectadores dejaron escapar una exclamación de asombro. Diana hizo una pausa y luego se retiró adentro, cerrando la puerta con fuerza. Para Emily, el sonido se había transformado de rechazo en liberación. Alexander recogió meticulosamente las pertenencias de Emily, recuperó su osito de peluche y le tendió la mano. Por primera vez desde el entierro, sintió calor. Juntos, se dirigieron a su auto, distanciándose de la mansión que se había convertido en un bastión del mal. Sin embargo, los días siguientes resultaron ser difíciles.
Emily había perdido a su padre y había sido engañada por su última figura paterna. A pesar de que Alexander le proporcionaba sustento, ropa y consuelo, la inquietud persistía en su pequeño corazón. Despertaba de pesadillas, llamando a su padre, temerosa de ser abandonada una vez más. Alexander siempre miraba hacia adelante. Permanecía a su lado por la noche, contándole historias hasta que ella sucumbía al sueño. Le recordaba cada día: «Eres deseada». Eres querida. Poco a poco, el hielo que envolvía el corazón de Emily comenzó a derretirse. Al principio rió tímidamente, luego con desenfreno. Empezó a confiar. Los residentes también la observaron. Antes habían evitado la mirada ante la crueldad, pero ahora murmuraban sobre la compasión. Observaron a un millonario que anteponía la bondad a la riqueza. Observaron a una joven fracturada transformarse gradualmente en una niña que una vez más exhibió una sonrisa. Aunque Alexander no era su padre, se estaba convirtiendo en una figura esencial para Emily: un guardián, un santuario. Pasaron los meses. Las estaciones cambiaron. Emily se volvió más resiliente bajo la supervisión de Alexander. Llegaron tutores a la residencia, que abordaron las deficiencias causadas por su educación interrumpida. Desarrolló una pasión por el arte, ilustrando con frecuencia imágenes de su padre y el osito de peluche que siempre estaba a su lado. En una tarde luminosa, Alexander la acompañó al cementerio. Emily se arrodilló ante la tumba de su padre, depositando flores nuevas en la tierra. Su voz era suave pero firme. “Padre, no te preocupes.