TN-Pareja desaparece en las Barrancas del Cobre en 2012 — 11 años después, hallan un carro calcinado

En la ciudad de Chihuahua, un pequeño evento en el Centro Cultural Universitario homenajea historias de desaparición forzada en el norte de México. Se exhiben fragmentos del documental Lo que no se dice, seguido por una mesa redonda con familiares de casos no resueltos. La hermana de Mariana es invitada a hablar.

No lee discurso, solo cuenta. En voz baja, entre pausas largas. A mi hermana no la mataron de golpe, a ella la borraron poco a poco. Primero la ruta, luego su nombre, luego los papeles del caso. Y cuando por fin dijeron que la encontraron, no dijeron quién la sacó de este mundo.

Yo solo hago esto para que alguien en alguna parte diga que sí recuerda. La audiencia guarda silencio por casi un minuto. Después aplaude sin prisa. En la misma semana, el investigador privado, ya retirado, escribe un artículo para una revista digital de periodismo lento. En el texto cuenta su experiencia acompañando el caso y menciona un momento específico. El sendero de la víbora no fue hecho para turistas, era una herida.

Y como toda herida, solo se revela cuando alguien insiste en tocar. Termina el texto con una frase simple, pero devastadora. Nunca sabremos exactamente qué pasó, pero ahora sí sabemos que pasó algo. Un mes después, en enero de 2025, un nuevo grupo de senderistas publica un video a Mateur en redes sociales. Intentaron llegar hasta el sendero olvidado.

No lo lograron, pero encontraron en el camino una pequeña cruz de madera clavada entre rocas. No había nombre, solo una inscripción tallada a cuchillo. Aquí lloró alguien. El video se viralizó entre grupos de búsqueda y perfiles ligados a causas humanitarias. No por sensacionalismo, sino porque traduce en una imagen lo que tantos sienten.

Que hay lugares en México donde el dolor echa raíz, donde el luto se esconde en las rocas y donde el Estado jamás volvió. La Fiscalía Estatal de Chihuahua ya no comenta el caso públicamente, pero en privado un agente admite que el Sendero de la víbora fue marcado en un informe como Zona de riesgo permanente para exploración judicial.

Traducido, nadie más va a investigar ahí. Para las familias quedan las rutinas adaptadas. La madre de Mariana ahora envía cartas a otras madres. El hermano de José Manuel mantiene el sitio activo con 27 casos registrados de desaparecidos con contexto similar. En la página inicial creó una nueva sección historias que dejaron rastro.

Ahí escribe, “Tal vez no encontremos culpables, pero vamos a mantener los nombres vivos, porque borrar los nombres es el primer paso para repetir el crimen. La última carta anónima llegó en febrero sin sobre, dejada en el buzón del colegio donde Mariana trabajó.” decía, “Nunca quise matarla, pero no pude impedirlo y él tampoco.

Solo espero que algún día se entienda que no todos teníamos elección.” La caligrafía era la misma, el sentimiento también, el miedo aún mayor. La directora del colegio entregó la carta a la fiscalía, pero también guardó una copia para sí. No sé si fue él, pero alguien sigue escribiendo porque no lo dejaron hablar en su momento y tal vez ese sea el destino más trágico de todos. Sobrevivir a lo que se eligió callar. Marzo de 2025.

Guachochi amaneció con nubes bajas y cielo gris. La ciudad, acostumbrada a vivir entre ausencias, comenzaba a transformarse en punto de encuentro para quienes ya perdieron a alguien en la sierra. Un colectivo nuevo surgió a partir del sitio mantenido por el hermano de José Manuel. Lo bautizaron como mapa de los que faltan. No tenían financiamiento ni protección.

Solo un objetivo, reunir los rastros dispersos de todos los que desaparecieron en las zonas turísticas del norte mexicano entre 2006 y 2024. El caso de Mariana y José Manuel fue colocado como el primero del archivo, no por ser el más trágico, sino por ser el único. Hasta entonces, con confirmación parcial de los cuerpos y ninguna verdad formal sobre lo que pasó.

En Hermosillo, el guamuchil plantado en el patio de la escuela ya comenzaba a crecer. Las ramas se abrían con fuerza y algunos niños decían que era el árbol que recuerda a quienes no volvieron. La directora mandó pintar un banco al lado con una placa simple. Aquí también se enseña lo que no está en los libros. Algunas madres, al recoger a sus hijos, se sentaban ahí por un momento en silencio.

No conocían a Mariana, nunca vieron a José Manuel, pero reconocían el tipo de ausencia que ese lugar representaba. El investigador privado, ya alejado de cualquier función, comenzó a revisar sus cuadernos antiguos. releyó los relatos de los habitantes, las entrevistas sin grabación, las notas hechas en plena senda. En uno de los márgenes de la página donde registró la conversación con el expolicía que vio el auto en 2012, había escrito una frase olvidada.

Lo peor no fue que los dejaron morir, lo peor fue que decidieron no ver. pensó en borrarla, pero prefirió dejarla porque esa era la esencia del caso. La hermana de Mariana fue invitada a una conferencia en Ciudad Juárez. El tema era narrativas de resistencia y luto no resuelto. Sentada frente a una sala con más de 100 personas, contó por última vez en público cómo fueron los días después de la confirmación de los cuerpos.

 

 

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