Tres semanas después
La tranquila cabina en la parte trasera del Sunny Side Café se había convertido en su lugar.
Claire se enteró de que Alexander nunca se casó. Que fundó una empresa de inversiones multimillonaria, pero nunca encontró la paz. Que guardó la foto de su madre en su billetera todos estos años, incluso cuando apenas podía recordar su propia cara en el espejo.
Y Alexander aprendió sobre la vida de Evelyn: los sacrificios que hizo, las canciones de cuna que cantaba, la alegría que encontraba en los momentos simples con Claire.

Un día, mientras tomábamos té Earl Grey y bollitos de limón, se inclinó sobre la mesa.
“Sé que no puedo recuperar los años que perdí”, dijo.
Pero si me dejaras… me gustaría formar parte de tu vida. Como tú quieras.
Claire estudió su rostro. Su corazón aún estaba lleno de emoción, enredado y dolorido, pero asintió.
Empecemos con el café. Una taza a la vez.
Un año después
Claire estaba afuera de una pequeña tienda en Oakridge Avenue. El letrero sobre la puerta decía:
“Café del jardín de Evelyn”
Dentro, el aroma a romero y pasteles calientes flotaba en el aire. Las paredes estaban adornadas con poemas, tazas de té y una gran foto enmarcada de Evelyn Morgan, sonriendo.
Alexander había financiado todo el proyecto, pero insistió en que el nombre y la visión fueran de Claire.
“Estoy orgulloso de ti”, dijo suavemente, parándose junto a ella mientras observaban a los clientes llenar las mesas.

Claire sonrió, con los ojos empañados.
“Sabes”, dijo, “creo que ella sabía que volverías algún día”.
Él la miró sorprendido.
¿Por qué dices eso?
Claire metió la mano en el bolsillo de su delantal y sacó una carta doblada.
Encontré esto en su viejo recetario la noche después de conocerte. Fechado el día de mi nacimiento.
Ella se lo entregó.
Decía:
Mi querida Claire,
Algún día tendrás preguntas. Sobre tu padre. Sobre nuestro pasado. Solo recuerda que me amó. De verdad. Y aunque la vida nos separó, nunca dejé de creer en el amor. Si algún día te encuentra, sé amable. La vida es larga y los corazones pueden crecer.
Todo mi amor,
Mamá
Alejandro apretó la carta contra su pecho mientras sus hombros temblaban.
Claire se inclinó hacia él y susurró: “Bienvenido a casa, papá”.
Y por primera vez en décadas, Alexander Bennett lloró, no de arrepentimiento, sino por la abrumadora gracia de las segundas oportunidades.