Artyom se levantó lentamente, con el papel temblando en las manos. Miró a Alina, luego a su familia, luego de nuevo al sobre. Y finalmente, sus ojos se llenaron de lágrimas.
"Esta... esta carta lo dice todo", dijo con voz temblorosa. "Sobre Alina creciendo sin madre, sobre las dificultades que soportó su familia, sobre cómo su padre trabajó en silencio durante muchos años para darle todo lo que necesitaba. Y sobre cómo el verdadero valor no es el dinero, ni un apartamento, ni los regalos... sino el amor, la honestidad y el cariño".
Las palabras quedaron suspendidas en el aire. Tamara Gennadyevna apretó los dedos sobre los anillos y su mirada se suavizó. De repente, comprendió que el dinero y el estatus no podían reemplazar a la humanidad. Leonid asintió, como si estuviera de acuerdo con este descubrimiento.
"Padre...", dijo Alina en voz baja, acercándose a Viktor Stepanovich. "Gracias. Por todo."
Él apenas asintió, pero sus ojos reflejaban tanta emoción que mil palabras no la podrían contener.
Los invitados comenzaron a aplaudir, algunos en voz baja, otros con fuerza. El ambiente pasó gradualmente de tenso a solemne, pero de una manera diferente: con respeto por la sencillez, la sinceridad y los valores humanos.
El maestro de ceremonias, con un suspiro de alivio, tomó de nuevo el micrófono:
"¡Queridos invitados, brindemos por los recién casados! ¡Que sus vidas estén llenas de amor, honestidad y la felicidad que ningún dinero puede comprar!"
El salón bullía, las copas tintineaban. Artyom y Alina se sonrieron, pero ahora la sonrisa era más profunda, más significativa de lo que habría sido sin la carta. Se dieron cuenta de que su verdadera vida apenas comenzaba, y que lo más importante era valorar lo simple, lo genuino y lo humano.
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