Salón de bodas del restaurante "Golden Peacock"

 

"Esto es para ti, Alinka. Léelo tú misma".

Alina sonrió tímidamente, tomó el sobre y lo abrió. Dentro había una sola hoja de papel, cuidadosamente doblada. Empezó a leer. Al principio, su rostro estaba sereno, luego abrió mucho los ojos, se le aceleró la respiración y palideció. La tía Zoya casi saltó de la silla, pensando que algo andaba mal. Alina terminó de leer y miró a su padre, quien la observaba con calma, sin emoción, como si por fin se hubiera quitado de encima el pesado peso que había llevado durante veinte años.

En silencio, sin decir palabra, Alina le entregó la hoja de papel a Artyom. Él la tomó y se quedó paralizado, la sorpresa dando paso a la incredulidad, la incredulidad a la conmoción. El silencio reinó en la mesa. El maestro de ceremonias sostenía el micrófono, paralizado, y los invitados intercambiaron miradas, intentando comprender qué sucedía. Artyom leyó despacio, analizando cada palabra. Al terminar, sintió que perdía el equilibrio: se hundió lentamente en la silla, como si le fallaran las piernas.

En ese momento, la tensión llenó la sala. Los invitados de la familia del novio susurraban entre sí, intentando descifrar el texto del sobre. Tamara Gennadyevna frunció el ceño y recorrió con la mirada la sala, mientras Leonid intentaba mantener la calma, pero era evidente que la situación se había descontrolado.

Alina, al ver la reacción de su marido, se sentó en silencio a su lado. Viktor Stepanovich se hundió en la silla contigua, con la mirada serena, pero llena de orgullo y alivio. Observó las reacciones de todos los presentes, como diciendo: «La verdad es lo que más importa».

A partir de ese momento, la boda cambió. Las risas y las conversaciones se apagaron, y todos los invitados comenzaron a mirar a los recién casados ​​con interés, pero también con cierta inquietud. El sobre era más que un simple regalo: era un símbolo de algo más grande que el dinero y las posesiones materiales. Un símbolo de honestidad, sencillez, fuerza humana y respeto por la familia.

Después de que Artyom se sentara, la sala pareció congelarse. El ruido y las risas se desvanecieron, dejando solo el suave roce de los manteles y los suspiros apenas audibles de los invitados. El maestro de ceremonias, reticente a intervenir, permaneció de pie con el micrófono en las manos, como esperando a que alguien rompiera el tenso silencio.

Artyom, sentado, sostenía el papel en las manos, con los ojos abiertos, su mirada recorriendo la sala, como buscando confirmación de sus sentimientos. Intentó leerlo de nuevo, en voz baja, casi en un susurro, cada palabra parecía quemarle la conciencia.

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