“¡Papá, se parece a mamá!” — La cara de la camarera dejó atónito al millonario que perdió a su esposa

Lily era la viva imagen de su madre: suaves rizos castaños, brillantes ojos color avellana y esa misma inclinación de cabeza cuando sentía curiosidad. No comprendía el peso de lo que habían perdido, pero a su manera, ayudó a James a superar el dolor.

Mientras se sentaban en una mesa junto a la ventana, James tomó un menú por costumbre. Frente a él, Lily tarareaba una melodía suave, balanceando los pies.

Sólo con fines ilustrativos.

Entonces se detuvo.

“Papá…”, dijo con voz suave pero segura. “Esa camarera se parece mucho a mamá”.

James parpadeó, sin estar seguro de haberla escuchado bien.

-¿Qué dijiste, cariño?

Señaló al otro lado del café. «Ella. Allí».

James se giró.

Y su corazón casi se detuvo.

Allí, de pie a unas cuantas mesas de distancia, había una mujer que se parecía exactamente a Amelia.

La miró fijamente. Los mismos ojos cálidos y profundos. La misma mandíbula delicada. El mismo hoyuelo suave que solo aparecía con una sonrisa sincera.

Por un instante, el café desapareció. El ruido se desvaneció. Solo podía oír su propio corazón latiendo en sus oídos.

No fue posible.

Amelia había muerto. Él había identificado su cuerpo. Había planeado el funeral. La había enterrado.

Pero esta mujer…

Ella se giró, captó su mirada y se quedó paralizada.

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