Las lágrimas rodaron por las mejillas de Isabella. Tomó la mano de la doctora con fuerza:
—Gracias… Si no fuera por usted, nunca habría vuelto a ver a mi papá.
La historia de la doctora vietnamita que salvó a la hija del millonario mexicano se difundió rápidamente en todos los periódicos y noticieros. Muchos alababan su talento y valentía. Pero ella solo sonrió y respondió:
—No quiero que me llamen heroína. Solo hice lo que un médico debe hacer: luchar por una vida mientras quede una posibilidad.
A partir de entonces, Don Fernando cambió para siempre. Apoyó con generosidad el fondo de investigación médica que la Dra. Lan fundó en México y jamás dejó de repetir una lección que había aprendido en carne propia: existen valores más grandes que el dinero —la ética, el coraje y la vida humana.
En una ceremonia de reconocimiento, cuando le preguntaron por qué se había atrevido a tomar un caso que todos rechazaban, la Dra. Lan respondió con sencillez:
—Porque no quería ver a un padre perder a su hija. Yo misma estuve a punto de perder a mi madre en un accidente, y un médico desconocido la salvó. Hoy fue mi turno de devolver esa gracia.
El auditorio quedó en silencio. Entre la multitud, Don Fernando se enjugaba discretamente las lágrimas. Sabía que hay deudas que no se pagan con dinero, y que nunca olvidaría el instante en que una doctora vietnamita, pequeña pero valiente, pronunció las palabras que cambiaron su vida:
“Yo tomo este caso.”