Encerrado en una jaula y abandonado en un campo, el pequeño Charlie no tenía ninguna posibilidad de sobrevivir.
El dulce perro quedó atrapado en un nido de heces y orina. Queriendo vivir, intentó roer la parte superior de la jaula para salir, pero, hambrienta, no tenía fuerzas.
Cuando había perdido toda esperanza, un padre y un hijo vieron la jaula y se quedaron desconsolados al descubrir un perro negro, un “esqueleto sarnoso, que olía fuertemente a muerte”.
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En un día frío y lluvioso de enero, Bret Winingar y su hijo Zach conducían sus motocicletas por carreteras secundarias cerca de Little Rock, Arkansas. En el camino, vieron una caja parcialmente oculta por la maleza en un campo abierto y se detuvieron.
“Algo –o alguien– nos hizo detenernos y revisar la caja registradora. Lo que encontramos fue más que horrible…” escribe el padre Bret en su sitio web, Charlie Bravo, Motorcycle Rescue Dog.
Bret describe su condición como “exudaciones en sus caderas, columna, cabeza y piernas”, causadas por “llagas de contacto por el contacto constante con el interior de la jaula sucia”.
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