No era tristeza.
Era control.
Esa misma noche, sonó una llamada de un número desconocido. Alejandro contestó por instinto.
La voz de Casandra fue hielo puro.
—Crees que ganaste, Alejandro… pero no sabes con quién te metiste. Tú me abriste la puerta. Tú los dejaste conmigo. Vas a pagar.
La llamada se cortó.
Alejandro sintió miedo real por primera vez. No por él. Por sus hijos.
Llamó a Herrera de inmediato.
—Me amenazó.
—La vamos a rastrear —dijo el detective—. No se mueva.
Tres días después, la detuvieron en el aeropuerto de la Ciudad de México, con pasaporte falso y dinero en efectivo. También cayó su cómplice: un asesor financiero, Martín Zúñiga, que había ayudado a mover el dinero.
Cuando Herrera le confirmó el arresto, Alejandro no sintió triunfo.
Sintió un vacío enorme.
