A la mañana siguiente, la policía lo citó. El detective Héctor Herrera lo recibió con una carpeta gruesa.
—Investigamos el pasado de su esposa —dijo, con una calma que daba miedo—. No es la primera vez.
Había fotos, recortes, documentos.
Casandra había tenido dos matrimonios previos. Un “accidente” de coche. Una “caída” por escaleras. Herencias. Cuentas.
—Ayer ejecutamos una orden de cateo en su casa —continuó Herrera—. Encontramos transferencias no autorizadas. Más de cincuenta millones de pesos a cuentas en el extranjero. Documentos con su firma falsificada. Y… esto.
Deslizó un cuaderno negro.
Alejandro lo abrió. Letra elegante, fría.
“Los niños estorban.”
“Cuando tenga control total de las cuentas, puedo resolverlo.”
“Escaleras peligrosas.”
“Sofía está difícil. Aumentar dosis.”
—¿Dosis? —Alejandro apenas pudo decir.
—Sedantes —respondió Herrera—. Ocultos en su baño. Calculados por peso. Ella los estaba drogando para mantenerlos dóciles.
Alejandro sintió que el mundo se le venía encima.
Mateo, siempre tan dormido. Sofía, siempre tan cansada.
