Antes necesito hacer algunas preguntas.
Alejandro sintió que el estómago se le hundía.
—Este tipo de lesión es rara en bebés —continuó la doctora, con voz cuidadosa—. Para dislocar el hombro de un niño tan pequeño se requiere fuerza considerable. Jalones bruscos. Torsión. La explicación de “lo agarré para que no se cayera” no coincide con el patrón.
Las palabras se quedaron flotando como humo tóxico.
—Doctora… ¿qué me está diciendo? —preguntó Alejandro, aunque ya lo sabía.
—Estoy obligada por ley a reportar sospecha de abuso infantil. Una trabajadora social hablará con usted y con su hija. Y también necesito revisar a Sofía.
La doctora se agachó a la altura de la niña.
—Corazón… ¿me dejas ver tus bracitos? Solo para asegurarme de que estás bien.
Sofía miró a su papá. Alejandro asintió, tragándose el nudo.
La doctora levantó la manga.
Y Alejandro vio.
Moretones en distintos tonos: morado, amarillo, verde. Como un mapa del dolor sobre los brazos delgados. Marcas de dedos. Apretones.
—Dios mío… —susurró Alejandro.
Sofía jaló la manga de vuelta, avergonzada, cubriéndose como si ella hubiera hecho algo malo.
